Una película acerca de la prostitución: acerca de una prostituta de lujo (una scort) y sus vicisitudes con sus clientes, con su pareja y con las expectativas comerciales de prosperar y ascender dentro del negocio. Observada por una cámara constantemente móvil, que enfoca antes los espacios en los que la acción se produce que a los personajes de la misma, muchas veces mal -según el canon convencional- encuadrados o desenfocados. Y mostrada en una narración escasamente concluyente, en la que las tramas quedan arbitrariamente interrumpidas, y en las que el montaje desordena, desde el punto temporal, la historia, a la hora de presentar su discurso narrativo.
Tal es la descripción, superficial, que podría hacerse de esta película: Steven Soderbergh goes to independent cinema (again), sería el lema.
Y todo lo que acabo de decir es cierto. Pero es, me parece, tan sólo una parte de la verdad: una pequeña parte, superficial, prominente, pero en realidad -y en sentido lieral- escasamente significativa.
Porque de lo que verdaderamente trata The girlfriend experience es del lenguaje. O, por mejor decir, de una parte muy específica del lenguaje humano: del lenguaje del capital y de la mercancía.
En efecto, en la película el sexo (y aun las relaciones en torno a la actividad sexual) aparece más evocado que verdaderamente presente. Por el contrario, lo que resulta omnipresente es la conversación, el diálogo y las reflexiones acerca de la valorización: de las empresas, de las acciones, de los cuerpos. Todo, en The girl experience tiene (y vale por) su valor de cambio. Y es a ello, a dicho valor de cambio (aquello que caracteriza a entes, a símbolos y a relaciones como mercancías), a su incremento -o a su eventual deterioro- a lo que prestan los personajes toda su atención.
De este modo, The girlfriend experience se presenta, antes que como una narración sobre la prostitución (que lo es, aunque más bien superficial), como un auténtico tratado narrativo acerca de la fetichización de las mercancías (y, de forma inherente, sobre la mercantilización radical del mundo de la vida). O sobre el universo sociocultural (y, señaladamente, el lenguaje) a que da lugar el imperio de la mercancía.
Y, así, mientras que, para abordar la cuestión (moral, política, o de ingeniería social) del tratamiento de la prostitución, el estilo -consciente y explícitamente anómalo- elegido por el director resultaría de todo punto inadecuado (como digo, no existen más que superficiales apuntes sobre la cuestión), no lo es, sin embargo, cuando se trata de examinar narrativamente aquello sobre lo que verdaderamente la película versa: porque, dado que la mercancía y el valor de cambio no son más que mistificaciones, derivadas de relaciones sociales reales (materiales), un estilo cinematográfico tan deliberadamente "impresionista" -de tal podríamos calificarlo- permite poner de manifiesto su condición esencialmente lingüística y cultural. Su esencial vacuidad ontológica. (Que, desde luego, no implica en ningún caso impotencia causal: en la medida en que -como la película muestra perfectamente- los sujetos incorporan a su bagaje cultural la creencia en la mercancía y en el valor de cambio, estos operan de forma efectiva, en el plano de las relaciones sociales, como causas; como causas de la agencia humana.)
En efecto, en la película el sexo (y aun las relaciones en torno a la actividad sexual) aparece más evocado que verdaderamente presente. Por el contrario, lo que resulta omnipresente es la conversación, el diálogo y las reflexiones acerca de la valorización: de las empresas, de las acciones, de los cuerpos. Todo, en The girl experience tiene (y vale por) su valor de cambio. Y es a ello, a dicho valor de cambio (aquello que caracteriza a entes, a símbolos y a relaciones como mercancías), a su incremento -o a su eventual deterioro- a lo que prestan los personajes toda su atención.
De este modo, The girlfriend experience se presenta, antes que como una narración sobre la prostitución (que lo es, aunque más bien superficial), como un auténtico tratado narrativo acerca de la fetichización de las mercancías (y, de forma inherente, sobre la mercantilización radical del mundo de la vida). O sobre el universo sociocultural (y, señaladamente, el lenguaje) a que da lugar el imperio de la mercancía.
Y, así, mientras que, para abordar la cuestión (moral, política, o de ingeniería social) del tratamiento de la prostitución, el estilo -consciente y explícitamente anómalo- elegido por el director resultaría de todo punto inadecuado (como digo, no existen más que superficiales apuntes sobre la cuestión), no lo es, sin embargo, cuando se trata de examinar narrativamente aquello sobre lo que verdaderamente la película versa: porque, dado que la mercancía y el valor de cambio no son más que mistificaciones, derivadas de relaciones sociales reales (materiales), un estilo cinematográfico tan deliberadamente "impresionista" -de tal podríamos calificarlo- permite poner de manifiesto su condición esencialmente lingüística y cultural. Su esencial vacuidad ontológica. (Que, desde luego, no implica en ningún caso impotencia causal: en la medida en que -como la película muestra perfectamente- los sujetos incorporan a su bagaje cultural la creencia en la mercancía y en el valor de cambio, estos operan de forma efectiva, en el plano de las relaciones sociales, como causas; como causas de la agencia humana.)