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jueves, 21 de marzo de 2013

Abe Lincoln in Illinois (John Cromwell, 1940)


Adscrito al género del biopic, uno encuentra en principio en esta película lo que podría esperarse: estampas del período de ascenso social de Abraham Lincoln y del desarrollo de su carrera política hasta el momento de su elección como presidente de los Estados Unidos. En este sentido, se puede hallar la esperada panoplia de escenas "solemnes", así como la imitación que Raymond Massey (ayudado por el vestuario y por l@s maquillador@s) realiza de la estampa del personaje histórico.

Pero hay, sin embargo, algo en la película que es digno de reseña. Se trata de la forma en la que la historia, inicialmente plácida (como se corresponde con el biopic de un personaje triunfador, como -según la mitología norteamericana- lo fue Lincoln), va progresivamente oscureciéndose, tanto en el plano dramático como en el visual. En efecto, es perfectamente apreciable cómo, progresivamente, tanto las interpretaciones de los actores como la composición visual de los planos, pero también los diálogos, se van oscureciendo y agriando en su tono. De manera que lo que la tensión entre los personajes aflora y la tensión del propio Lincoln, abocado a una vida que no desea y que adivina trágica, se va manifestando, cada vez con más claridad, a medida que la historia avanza. Y la última escena (un discurso de Lincoln despidiéndose de sus conciudadanos para dirigirse a Washington y tomar posesión de la presidencia), con su pretendida solemnidad, no puede evitar que el final preserve, pese a todo, un significado más bien ominoso.

Así, lo que, al cabo, podemos contemplar en esta película (basada en una obra teatral de Sherwood Anderson) es la narración de cómo los "héroes" son, más que nada, hombres determinados -y condenados- por las circunstancias sociohistóricas. Lo que, antes que hacerles felices (a ellos y a los suyos), es sentido más bien como una condena. O, si se quiere, una fábula acerca del irremediable (y caro) precio que hay que pagar en la lucha por los propios objetivos, o por aquellos ajenos que hemos prohijado.

En todo caso (y con una diferencia harto reseñable respecto de la reciente aproximación biográfica al mismo personaje por parte de Steven Spielberg), aquí la política aparece como un pálido trasfondo de lo que es, en realidad, ante todo un drama humano, personal.




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