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miércoles, 27 de febrero de 2013

"Twentieth Century", de Howard Hawks


Twentieth Century ha sido vista como uno de las primeras muestras -aún balbuciente- de lo que luego se convirtió en un subgénero floreciente en la década de los años 30: la screwball commedy, a la que Howard Hawks aportó tantas brillantes contribuciones. Desde este punto de vista, Twentieth Century es todavía, como decía, un ejemplo primitivo, algo defectuoso: en la medida en que en esta película la comicidad se apoya en demasía en la gesticulación y en la dicción intencionadamente exageradas de los actores, la narración cómica tiende depende aún en exceso de la creación artificiosa de lo grotesco (a causa del desequilibrio entre el alarde formal y los resultados obtenidos en términos de significado). Cuando, más adelante, la screwball commedy canónica haría aparecer un aire grotesco mucho más convincente a partir de  una combinación, sutil, de interpretaciones, diálogos, ritmo narrativo del guión, movimientos de cámara y montaje.

En todo caso, Twentieth Century es una película digna de ser vista, cuando menos por otras dos razones (aparte de su carácter de precedente). Primero, porque ya en ella es posible apreciar la impecable -en varios sentidos- técnica cinematográfica de Howard Hawks. En efecto, mientras que las interpretaciones actorales (John Barrymore, en particular) resultan un tanto desmedidas, lo cierto es que la composición de los planos sigue la -posteriormente, ya usual en el director- regla de la máxima austeridad: la cámara se coloca allí donde es más necesario, desde el punto de vista de la transparencia de la narración. No existe, pues, ninguna caída en la tentación del énfasis, sino que la eficacia narrativa (desde la perspectiva de transparencia propia de la estilística cinematográfica más clásica) constituye el criterio esencial de selección.

Por lo demás, la narración misma resulta interesante, en la medida en que lo que nos presenta en realidad es a personas que son incapaces de abandonar nunca algún rol (social, interpretativo). Y que allí donde parecen estar expresando emociones "genuinas" (¿qué es eso?), no hacen sino interpretar papeles. Y lo hacen, además, con objetivos evidentemente estratégicos: lograr ciertos comportamientos de terceros, manipularles, influirles.

De este modo, la interacción humana es mostrada (¿sólo en el mundo de la escena?) como un verdadero teatro, sin fin. No se trata, desde luego, de un planteamiento original, puesto que al menos desde el barroco tal tópico aparece una y otra vez en el pensamiento y en el arte occidentales. Sin embargo, el hecho que aquí se presente esta visión in actu, esto es, mediante un auténtico juego de representaciones (ante la cámara), hace que tenga lugar una suerte de efecto de mise en abyme, altamente sugestivo. Por lo demás, el hecho de que prácticamente toda la película tenga lugar en espacios cerrados reafirma ese carácter deliberadamente "teatral" de la narración.


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