The Master narra la historia de cómo un individuo desnortado desde el punto de vista existencial acaba por aproximarse a una pequeña comunidad que se está formando en torno a un líder "iluminado" (una "secta", en la -sectaria- terminología usual en los medios de comunicación), de cómo la comunidad se va desarrollando, de cómo se relacionan el líder y él y de cómo, al fin, la relación acaba por no fructificar, por no ofrecerle a Freddie (Joaquin Phoenix) aquello que iba buscando (¿que era...?) y que podría sacarle de su desesperación.
Expuesto así el tema de la película, podría pensarse en un drama sobre "sectas", o sobre las secuelas psíquicas de las mismas (al modo, por ejemplo, de la reciente Martha Marcy May Marlene). Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad. Paul Thomas Anderson, en efecto, evita cualquier forma de sensacionalismo o de maniqueísmo en el tratamiento de las "sectas". De hecho, es notable el hecho de que el propio líder, Lancaster (un magnífico Philip Seymour Hoffman), es presentado más bien como alguien que, al tiempo, se halla también atrapado: entre sus propios miedos, sus propios deseos y su propia ambición de "triunfar"; pero también por su necesidad de establecer algunos lazos más humanos, como los que contrae con Freddie. Así, en una escena particularmente llamativa (una sórdida masturbación a manos de su esposa), el líder es presentado como un individuo tan vulnerable en realidad como aquellos a quienes pretende consolar.
¿De qué nos habla, entonces, en realidad The Master? Algunos han querido ver en la película ante todo un profundo e hiriente fresco histórico: sobre las tensiones sociales acumuladas en los Estados Unidos de después de la segunda guerra mundial, que se habrían expresado (entre otras formas: la ansiedad expresada por la literatura y el cine negros serían otra manifestación de lo mismo) a través de la aparición de nuevos fenómenos de gestión de la espiritualidad.
Es ésta una interpretación plausible, si se atiende únicamente a la trama de la película. Y, por supuesto, algo de exposición histórica hay en la película, sin duda alguna. Sin embargo, si se toma en cuenta además -o, tal vez, de forma predominante- la puesta en imágenes de dicha trama, hay que concluir, me parece, que el núcleo de la significación de la película no tiene tanto que ver (tan sólo) con la historia social de los Estados Unidos cuanto (además) con la trayectoria solitaria del individuo contemporáneo: con -digamos- una revisitación cinematográfica presente de las inquietudes expresadas ya en su día por autores como Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Samuel Beckett, Eugene Ionesco,... O, en el cine, y paradigmáticamente, por Michelangelo Antonioni. O por Ingmar Bergman.
Ingmar Bergman, sí. Veía yo el otro día The Master y no podía dejar de evocar de forma constante durante la proyección algunas de las películas del maestro: recordaba Persona, recordaba Viskningar och rop (=Gritos y susurros). Y recordaba sobre todo Aus dem Leben der Marionetten. Pues, en efecto, la forma que tiene Joaquin Phoenix de componer la interpretación que hace de su personaje, y las réplicas (aparentemente más joviales) que a la misma da la interpretación de Philip Seymour Hoffman, unidas ambas a la planificación visual de las secuencias por parte del director, y a la música inquietante extradiegética (compuesta por Jonny Greenwood), hacen que la expectativa constante que es razonable mantener acerca de lo que va a acontecer en la narración sea, todo el tiempo, la de que va a producirse alguna suerte estallido violento.
El personaje de Freddie, con sus encorvamientos y su gesticulación. Pero también esos planos compuestos de manera que parezcan estar acechando a los actores protagonistas, escrutando sus gestos, sus miradas vacías, su palabrería sin sentido o vacua. Todo ello nos aproxima al mundo de la violencia (psicológica, al menos). Una violencia que no procede de dentro, sino de una realidad inaprensible, incomprensible y sin salida, frente a la que el individuo reacciona. (Tal y como le ocurría, en realidad, a Peter, el protagonista de la película de Bergman.)
De hecho, el estallido en cuestión no llega a producirse (más allá de pequeñas escenas de violencia limitada). (Y es ésta una importante diferencia con la obra de Bergman.) Pero es precisamente esa ausencia de escenas plenamente violentas la que, puesta en relación con la permanente sensación de que la violencia está presente siempre como amenaza, y de que en cualquier momento puede hacerse evidente (una sensación que, como he argumentado, se puede deducir con cierta claridad a partir de las imágenes que contemplamos), expresa de la manera más palmaria, y más ominosa, la condición de un individuo (Freddie, pero también Lancaster, y todos los personajes de la historia, en realidad): un individuo condenado a reprimir su desesperación y su hastío, sin encontrar ninguna salida ni ninguna solución.
La película narra, pues, a través de su forma, ante todo un estado de ánimo, un "paisaje moral", en el que los hechos aparecen principalmente -aunque, desde luego, no sólo- como indicios del mismo.