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domingo, 16 de diciembre de 2012

David Mamet: The anarchist


Uno creía que el "teatro de tesis" era ya una reliquia: que Alejandro Casona, Henrik Ibsen y otros autores de similar tono ("moral") habían sido desplazados, hace ya muchas décadas, de las tablas, por la combinación de Brecht y del teatro expresionista, de Beckett y de Sartre (que también hacía teatro de ideas, pero de otra manera -menos confiado en la retórica puramente verbal), de Grotowski y por el teatro pánico...

Pero no: David Mamet, en The anarchist, recupera esa (aparentemente) vieja estética teatral. Nos presenta, en efecto, a dos personajes que parecen ser antes que otra cosa encarnaciones animadas de dos ideas: la idea de Justicia (o de Venganza) frente a la idea de Sinsentido (o la que, casi de forma inevitable, le sigue, la de Clemencia). Dos ideas, y dos personajes que las representan, enfrentados a lo largo de más de una hora de intercambio de argumentos. De matizaciones lingüísticas y de sutilezas.

Al cabo, la obra se deja ver con provecho como plasmación dramatizada de un viejo debate, moral y político-criminal: el debate acerca de la naturaleza de la culpa, de la finalidad y justificación del castigo, de la legitimidad del Estado para aplicarlo, de la libertad de los individuos para enfrentarse a éste. Y ello, a pesar de que la propia presentación de ideas tiende de forma un tanto excesiva hacia la abstracción y la falta de concreción. En este sentido, pese a todo, es obvio el interés de su empleo, más bien con fines meramente didácticos, para quienes enseñamos y disertamos acerca del Derecho Penal.

Más dudoso resulta, me parece, el interés dramático, y literario, de la pieza. Pues cabe dudar de que en algún momento los personajes, y sus acciones (en realidad, sus discursos) alcancen a poseer verdadera entidad, más allá de su función representativa y retórica. En este sentido, como literatura (representada), creo que la obra nunca llega a proporcionar al/a espectador(a) ninguna satisfacción estética: porque no proporciona revelación alguna, que no sea la vulgarización del viejo debate moral y jurídico al que me refería más arriba.


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