Pienso que, para cualquiera que no cierre los ojos (o se deje poner una venda sobre ellos), resultará evidente que la existencia humana es experimentada como una inextricable combinación de exaltación, desesperanza (al cabo, todos fenecemos y desaparecemos, del mundo y de la memoria), ridículo, ansias e ilusiones.
Ahora bien, muy distinto es experimentar algo y saber representarlo. En efecto, lo que constituye la experiencia cotidiana de cualquier ser humano lúcido, acerca de su vida, difícilmente es mostrado en aquellas narraciones que pretenden versar acerca de la misma. De hecho, lo usual es que cada narración se concentre principalmente en alguna de las facetas reseñadas: en la ridiculez (Samuel Beckett o Jerry Lewis), en la desesperanza (Louis-Ferdinand Céline o Ingmar Bergman), en la exaltación (Robert Bresson o Charles Dickens), en el ansia (Nagisha Oshima o Marcel Proust), en la ilusión (Steven Spielberg o Lev Tolstoi),...
Pocos, muy pocos son, en verdad, los narradores que son capaces de presentarnos un retrato razonablemente integral de las vicisitudes -multiformes- de nuestra existencia. De entre ellos, en cine, yo destacaría a dos: a John Ford, desde luego; y también a Hayao Miyazaki.
Es cierto, Miyazaki es capaz, a través del género fantástico (¡y de la animación!), de representar un entero universo de experiencias humanas. Aquí, en la película que hoy comento, hallaremos guerra y muerte, estupidez y grandeza, valor y miseria, búsqueda y tolerancia. De unos seres humanos que, en su enfrentamiento con la naturaleza, con sus congéneres y con las fuerzas "espirituales" (un ateo materialista -como yo mismo- diría, más bien: con los significados y con el imaginario que el ser humano ha construido en torno al sentido del mundo y de la existencia), se ven abocados a afrontar todas las facetas de su experiencia, y todas sus contradicciones: a analizarlos en la teoría, y a "resolverlos" -a volverlos manejables- en su praxis.
Encontraremos, pues, prácticamente todos los componentes de la experiencia humana de existir, que arriba indicaba. Representados, además, al modo preciso y respetuoso a que Miyazaki nos tiene tan acostumbrados. Se ha hablado, a este respecto, de su "humanismo": si por él se quiere significar su distancia respecto de la simplificada visión meramente técnica e instrumentalista del hombre y de la naturaleza a la que nos ha acostumbrado el pensamiento hegemónico, sin duda, Miyazaki es, en este sentido, un humanista. Mas no lo es, de ninguna de las maneras, si empleásemos el término en su sentido más primigenio (renacentista): porque Miyazaki en absoluto ensalza al ser humano (tampoco lo degrada). Se limita a mostrárnoslo, en su integridad. Y esto, desde luego, es mucho, muchísimo, en tanto que logro artístico.