En muy diversas ocasiones he apuntado cómo resulta en extremo sorprendente (si no se piensa en términos políticos) la forma en la que, en general, todas las artes narrativas (literatura, teatro, cine) vienen presentando su representación de los fenómenos de lucha armada con fines políticos ("terrorismo"). Y en esta película alemana, recientemente estrenada, sobre Gudrun Ensslin volvemos a hallar un ejemplo de tal fenómeno.
En efecto, parecería, en principio, difícil, si no imposible, narrar una historia sobre lucha armada sin penetrar en las razones políticas de dicha lucha. Y ello, no sólo porque resulta evidente que el contexto sociopolítico ha sido en todo caso determinante para las opciones políticas y estratégicas de los grupos armados (no se entiende la Rote Armee Fraktion sin la Alemania dominada por la democracia cristiana, la "gran coalición" de esta con la socialdemocracia y los resabios autoritarios, unidos a la permanencia de gran número de implicados en el régimen nazi en puestos de poder). Sino porque, además, es claro que las motivaciones de quienes optaron por comprometerse con tales opciones y estrategias -Gudrun Ensslin, señaladamente- tuvieron mucho que ver con razones de índole política: una determinada forma de concebir las democracias burguesas, así como su situación política, y una cierta visión de las estrategias revolucionarias viables, y cuáles no lo eran.
A pesar de ello, películas como la que ahora nos ocupa logran la (dudosa) hazaña de versar sobre un tema político sin hablar de política. Parecería, en efecto, que todo transcurre entre los lindes del psiquismo individual de los personajes. Lo que, desde luego, no sólo es, como he apuntado, falso (nadie dedica su vida a la lucha armada clandestina, abandonando su cómoda vida anterior, tan sólo por motivaciones individuales -sin descartar, claro, que estas estén también presentes); sino que, más grave aún, resulta completamente inverosímil en tanto que narración.
Es por ello, por falta de politización, por lo que la película de Andres Veiel acaba por ser notoriamente superficial: no acabamos de creernos a unos personajes que hablan de política, que llevan a cabo acciones con significado y con finalidad política, pero que, sin embargo, parecen vivir, mentalmente, en un cerrado mundo de deseos, traumas y represiones. Yo diría que la visión (ideológica) del mundo social de los argumentistas de esta narración (el propio director y el escritor Gerd Koenen, en cuya obra se basa la película), plena de subjetivismo burgués, impide ofrecernos una narración más ajustada, en la que las motivaciones personales y las colectivas apareciesen entrelazadas de un modo más convincente.
(Por lo demás, es obvio que, en el plano formal, Andres Veiel, en tanto que director, renuncia a hacer otra cosa que a ilustrar, de modo convencional, el guión. No hay, pues, que esperar ninguna penetración estética allí donde tampoco la ha habido desde el punto de vista puramente temático...)
A pesar de ello, películas como la que ahora nos ocupa logran la (dudosa) hazaña de versar sobre un tema político sin hablar de política. Parecería, en efecto, que todo transcurre entre los lindes del psiquismo individual de los personajes. Lo que, desde luego, no sólo es, como he apuntado, falso (nadie dedica su vida a la lucha armada clandestina, abandonando su cómoda vida anterior, tan sólo por motivaciones individuales -sin descartar, claro, que estas estén también presentes); sino que, más grave aún, resulta completamente inverosímil en tanto que narración.
Es por ello, por falta de politización, por lo que la película de Andres Veiel acaba por ser notoriamente superficial: no acabamos de creernos a unos personajes que hablan de política, que llevan a cabo acciones con significado y con finalidad política, pero que, sin embargo, parecen vivir, mentalmente, en un cerrado mundo de deseos, traumas y represiones. Yo diría que la visión (ideológica) del mundo social de los argumentistas de esta narración (el propio director y el escritor Gerd Koenen, en cuya obra se basa la película), plena de subjetivismo burgués, impide ofrecernos una narración más ajustada, en la que las motivaciones personales y las colectivas apareciesen entrelazadas de un modo más convincente.
(Por lo demás, es obvio que, en el plano formal, Andres Veiel, en tanto que director, renuncia a hacer otra cosa que a ilustrar, de modo convencional, el guión. No hay, pues, que esperar ninguna penetración estética allí donde tampoco la ha habido desde el punto de vista puramente temático...)