La película narra, con encomiable objetividad (a pesar de que, en tema políticamente tan polémico, sea imposible resultar plenamente neutral), el proceso de constitución y desarrollo de la Rote Armee Fraktion, sus acciones, cómo la "primera generación" de miembros va cayendo, fruto del acoso policial, y finalmente cómo, en su entorno, surge una "segunda generación" de miembros. Todo ello, con rápidos esbozos, carentes de profundidad.
En el aspecto cinematográfico, hay que decir que no estamos ante una gran película, aunque sí interesante. Si no es una gran película, ello obedece, sobre todo, a que la historia está demasiado comprimida, de manera que los personajes no admiten casi desarrollo, se acumulan los acontecimientos y es difícil profundizar en lo que está ocurriendo ante nuestros ojos. (De hecho, para quien no conozca bien la historia política de Alemania de la época, muchos acontecimientos aludidos o narrados pueden resultar de difícil comprensión). Dicho esto, lo cierto es que, no obstante, las excelentes interpretaciones y el estilo visual de la película, el montaje rápido y la utilización de imágenes documentales reales, hacen que la película cobre un ritmo muy adecuado a lo que pretende contar: la historia de la "primera generación" del grupo armado, que fue prácticamente liquidada, en unos pocos años, entre detenciones, muertes en enfrentamientos y ejecuciones extrajudiciales.
Desde el punto de vista político, la obra destaca ante todo por presentar a los miembros de la Rote Armee Fraktion como lo que realmente eran: jóvenes (algun@s más list@s, otr@s más estúpid@s, algun@s más brutales, otr@s más sensibles,..., en fin, seres humanos), idealistas y políticamente comprometidos con la izquierda extraparlamentaria, que deciden que la única vía fiable de lucha política es a través de la lucha armada. Y que, debido a ello, se ven progresivamente enfrentados a dilemas existenciales (¿debo abandonar a mi familia?), morales (¿puedo matar por una buena causa?) y políticos (¿qué ocurre si "las masas" no nos siguen ni apoyan?). Que, pese a todo, mantienen, en la gran mayoría de los casos, aquellas posiciones y aquella lucha que consideran que es justa y necesaria hasta las últimas consecuencias, hasta ser derrotados -y, en muchos casos, exterminados- por el Estado al que combaten.
Hoy, qué duda cabe, su tiempo no es ya el nuestro (para bien y para mal, no tenemos hoy una izquierda con tantas certidumbres como entonces). Sus errores políticos nos parecen graves. Y aquellos abusos de derechos humanos que cometieron nos asustan. Sin embargo, es importante rescatar -y tal es el valor de esta película- las lecciones de su terrible experiencia. La primera es, me parece, que, en contra de lo que dice el tópico discurso antiterrorista hoy hegemónico, ni los "terroristas" son monstruos o dementes, ni tampoco son delincuentes como los demás: son activistas políticos, que obran por razones políticas y tienen una estrategia política. (Si aciertan o no aciertan con dicha estrategia, habría que enjuiciarlo en cada caso. Si obran o no conforme a los dictados de la moralidad y del Derecho Internacional de los derechos humanos, depende de lo que hagan y en qué circunstancias lo hagan.) Y ello ha de condicionar -de hecho, se confiese o no, condiciona siempre- necesariamente nuestro juicio acerca de la legitimidad de sus acciones; pero también las estrategias orientadas a reprimirles, cuando las mismas resulten legítimas.
La segunda lección es todavía más directamente política: al igual que la nueva izquierda de finales de los años sesenta (en la película se narra con claridad cómo fue éste una de las causas fundamentales de la constitución de la R.A.F.), la izquierda actual (la verdadera, quiero decir, la que aún pretende transformar la sociedad) sigue sin resolver el dilema estratégico de cómo llegar al poder -que no es lo mismo que ganar, alguna vez, alguna elección- y alcanzar la capacidad para hacer reformas y transformaciones. Pues aún hoy, y en buena medida a causa precisamente de las experiencias y derrotas de los sesenta y de los setenta, sigue basculando entre una lucha armada casi siempre abocada al fracaso, el abstencionismo apolítico (bastante ineficaz) y un electoralismo profundamente corruptor. La vieja pregunta leninista, ¿qué hacer?, sigue siendo, pues, de actualidad aún hoy.
Desde el punto de vista político, la obra destaca ante todo por presentar a los miembros de la Rote Armee Fraktion como lo que realmente eran: jóvenes (algun@s más list@s, otr@s más estúpid@s, algun@s más brutales, otr@s más sensibles,..., en fin, seres humanos), idealistas y políticamente comprometidos con la izquierda extraparlamentaria, que deciden que la única vía fiable de lucha política es a través de la lucha armada. Y que, debido a ello, se ven progresivamente enfrentados a dilemas existenciales (¿debo abandonar a mi familia?), morales (¿puedo matar por una buena causa?) y políticos (¿qué ocurre si "las masas" no nos siguen ni apoyan?). Que, pese a todo, mantienen, en la gran mayoría de los casos, aquellas posiciones y aquella lucha que consideran que es justa y necesaria hasta las últimas consecuencias, hasta ser derrotados -y, en muchos casos, exterminados- por el Estado al que combaten.
Hoy, qué duda cabe, su tiempo no es ya el nuestro (para bien y para mal, no tenemos hoy una izquierda con tantas certidumbres como entonces). Sus errores políticos nos parecen graves. Y aquellos abusos de derechos humanos que cometieron nos asustan. Sin embargo, es importante rescatar -y tal es el valor de esta película- las lecciones de su terrible experiencia. La primera es, me parece, que, en contra de lo que dice el tópico discurso antiterrorista hoy hegemónico, ni los "terroristas" son monstruos o dementes, ni tampoco son delincuentes como los demás: son activistas políticos, que obran por razones políticas y tienen una estrategia política. (Si aciertan o no aciertan con dicha estrategia, habría que enjuiciarlo en cada caso. Si obran o no conforme a los dictados de la moralidad y del Derecho Internacional de los derechos humanos, depende de lo que hagan y en qué circunstancias lo hagan.) Y ello ha de condicionar -de hecho, se confiese o no, condiciona siempre- necesariamente nuestro juicio acerca de la legitimidad de sus acciones; pero también las estrategias orientadas a reprimirles, cuando las mismas resulten legítimas.
La segunda lección es todavía más directamente política: al igual que la nueva izquierda de finales de los años sesenta (en la película se narra con claridad cómo fue éste una de las causas fundamentales de la constitución de la R.A.F.), la izquierda actual (la verdadera, quiero decir, la que aún pretende transformar la sociedad) sigue sin resolver el dilema estratégico de cómo llegar al poder -que no es lo mismo que ganar, alguna vez, alguna elección- y alcanzar la capacidad para hacer reformas y transformaciones. Pues aún hoy, y en buena medida a causa precisamente de las experiencias y derrotas de los sesenta y de los setenta, sigue basculando entre una lucha armada casi siempre abocada al fracaso, el abstencionismo apolítico (bastante ineficaz) y un electoralismo profundamente corruptor. La vieja pregunta leninista, ¿qué hacer?, sigue siendo, pues, de actualidad aún hoy.