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lunes, 1 de noviembre de 2010

"Realismo" y fantasmagoría


Estaba el otro día viendo la película Breaking and entering (Anthony Minghella, 2006), una película perfectamente "correcta" (actores conocidos, director conocido, argumento dramático, con pretensión de tratar temas relevantes -el amor, el deseo, las diferencias de clases sociales, la madurez, la pareja, etc.), y notaba en mí una suerte de repugnancia, no sólo estética, sino aun moral, ante lo que estaba viendo: ante la película que estaba viendo, quiero decir (y no sólo cuanto narra).

Al cabo, finalizada la película, me examiné, para intentar comprender por qué una película -tan anodina, por lo demás- podía producirme un efecto de repulsión tan intenso. Ahora, creo haberlo comprendido. Y creo entender también (y es por ello por lo que lo comparto) que mi reacción no tenía que ver tan sólo con mis gustos o con mis animadversiones, sino que podría tener un interés más general.

Y es que lo que -creo- la película de Minghella suscitó en mí es exactamente esa ligera, pero palpable, incomodidad que, como espectador@s, sentimos usualmente ante una película (fantástica) de espíritus: de presencias inasibles, pero que nos afectan, y a las que tememos. Ante los fantasmas, tod@s reaccionamos (cuando nos los tomamos en serio, cuando penetramos en la historia que se nos propone) con esa inquietud: sí, sabemos que no existen, pero quién sabe...

¿Por qué traigo aquí a colación a los fantasmas, para comentar una película tan sólida (y convencionamente) realista como Breaking and entering? Porque, me parece, la incomodidad que la misma puede suscitar -en mí, al menos- se deriva de la misma fuente: los personajes de Breaking and entering resultan ser, ante mi mente de espectador atento, auténticos fantasmas. No poseen capacidad para existir, ni siquiera en el mundo de lo imaginario. Pero evocan y reflejan fuertes inquietudes, hondamente nuestras.

¿Quién, en efecto, que tenga alguna experiencia acerca de la existencia humana (descontemos, pues, a l@s adolescentes y a l@s inmadur@s incurables) podría creer que puedan existir personajes tan simples en sus reacciones como los de esa película? ¿Quién camina por el mundo buscando el amor, quién perdona las infidelidades de su pareja por comprender sus problemas, quién perdona al menor que le roba constantemente y, luego, aprovecha para establecer una relación romántica con su madre,...?

Es evidente: mi repugnancia se derivaba del hecho de que unos personajes que se hacen pasar por trasuntos de personas reales no sean en realidad más que espectros de las mismas. Las personas reales son más contradictorias, sufren conflictos más agudos, los solucionamos peor, nuestras emociones afloran de modos sorprendentes y disparatados. No resultamos de una pieza, como los son los personajes de esta película (y de tantas otras), aun cuando el guión prentenda presentarlos como "complejos" y "atormentados".

...Y, sin embargo... Sin embargo, es obvio que (a diferencia de -pongamos- los fantasmas de Kwaidan, dirigida por Masaki Kobayashi en 1964, que nos resultan distantes, objeto tan sólo de nuestra curiosidad, a causa de la distancia cultural) estos son nuestros fantasmas. Expresan deseos e inquietudes que son nuestras. Lo expresan del modo algo caricaturesco que el (mal) cine fantástico conlleva a veces. Pero nos reconocemos (reconocemos trozos de nosotr@s en ell@s).

Y es a esta mala historia de fantasmas a lo que, convencionalmente, llamamos realismo. Y, cuando algún director nos presenta historias y personajes que verdaderamente se parecen más a nosotr@s (digamos, por ejemplo: los de Alain Resnais), hablamos de "cine de autor" o de "cine experimental". Lo que le lleva a uno a preguntarse cuál es nuestro baremo para enjuiciar lo que es real.

Y lo que me hace recordar la notable diferenciación de Jacques Lacan entre Lo Real, Lo Imaginario y Lo Simbólico: acaso ocurre que, como él apuntó, nuestra realidad es tan sólo aquella parte de Lo Real que somos capaces de codificar. Y que existe, más allá, un gran resto.

Acaso ello es así. Mas, entonces, uno pediría -a artistas y a espectador@s- un poco menos de pereza a la hora de esforzarse en codificar; que intenten más denodadamente llegar hasta el límite de lo que nos resulta posible, que no se detengan antes (¿asustad@s?)...


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