¿Cómo expresar mejor los dilemas de la existencia humana que a través de su corporeización en un ser no humano, a través del efecto de distanciamiento que así se puede llegar a obtener? Esta estrategia dramática ha sido empleada en multitud de ocasiones tanto en la literatura como en el cine: animales, fantasmas, vampiros, seres extraterrestres, robots, etc. se han convertido frecuentemente en portadores y en portavoces de nuestras inquietudes.
Hirokazu Kore-Eda lo intenta de nuevo. Esta vez, es una muñeca hinchable quien representa el intento de humanización, y los dilemas que ello conlleva: los sentimientos, que exaltan, pero también duelen; la necesidad de compañía y la dificultad de soportarla y de que resulte gratificante; la mortalidad y el envejecimiento conscientes como cargas exclusivamente humanas... Nada, pues, que no hayamos leído y visto una y mil veces, al menos desde el siglo XVII, si no antes.
Y, sin embargo,... ¿Qué es lo que aporta la película de Kore-Eda a esta tradición? Parece claro que son, ante todo, dos cosas. Primero, la forma de encarar la transición de lo fantástico a lo realista, y viceversa: el minimalismo de dicho tratamiento (que viene a poner de manifiesto que -como es sabido- lo fantástico habita necesariamente ante todo en la mente del espectador) resulta destacable, ya que viene a presentar (como, por lo demás, lo hace también Yuki et Nina -película ya comentada en este blog-, o la obra de Apichatpong Weerasethakul) una comunicación sencilla entre uno y otro plano, digna por ello de reseña.
Y, en segundo lugar, un cierto sentimiento de melancolía en el tratamiento del argumento. La forma, en efecto, en la que Bae Doo-na interpreta a la protagonista, el tratamiento de la voz over y de la música extradiegética, la cámara que persigue y encuadra en planos cortos a los personajes y a los paisajes (urbanos, degradados) que transitan, los mismos diálogos (y, desde luego, la triste conclusión del relato... acaso en exceso tremendista): todo parece evocar un sentimiento de pérdida, desde el que se enuncia la narración, abocada -al parecer- ya desde su inicio a un final inexorable y triste.
En este sentido, la belleza de la película se persigue, ante todo, a través de dicho tratamiento melancólico (que paraliza, en buena medida, la crítica racional, conduciendo al espectador hacia la empatía, en tanto que forma de identificación con los personajes).