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martes, 29 de diciembre de 2009

"Ulzana's raid", de Robert Aldrich: contra el imperialismo "humanitario"



En mi opinión, esta violenta película de Robert Aldrich constituye una de las mejor construidas metáforas (precisamente, por su ausencia de retórica moralista y por su realismo, antropológico y político, en lo temático, así como por su gran fuerza visual) en contra del etnocentrismo occidental, que acaba siempre en el exterminio -actual o, cuando menos, potencial- del Otro (el indígena, el inmigrante, el "salvaje", el "terrorista",...).

Aquí, un militar bisoño (Bruce Davidson), imbuido de profundos y sinceras convicciones "humanitarias" de esas que el cristianismo ha inculcado, junto con un universalismo ético puramente etnocéntrico y con el sentimiento de superioridad moral, en la cultura occidental, se ve enfrentado a un cuestionamiento radical de dichas convicciones, ante la "crueldad" -a tenor, claro está, de sus parámetros etnocéntricos- de los guerreros apaches a los que persigue. (Pero, ¿por qué los persigue? Nuestro "humanitario" militar, imbuido de moralina, no se plantea la cuestión política, de las relaciones de poder que han llevado a los apaches a ser delincuentes y a él, en cambio, a constituirse en "brazo armado de la ley".) Los apaches violan, torturan y matan a cuantos hombres blancos se cruzan en su camino. La primera reacción de nuestro atribulado teniente es la "natural": ¡son unos salvajes!, no se atienen a reglas morales básicas, universalmente aplicables; por lo que todo está justificado contra ellos, para acabar con su barbarie. Hasta aquí, nada nuevo: la tradicional justificación occidental de su imperialismo y de sus atrocidades. Y, sin embargo,...

Sin embargo, el teniente DeBuin va descubriendo que nada es tan sencillo (y eso, ya en el plano meramente moral, pues, nuevamente, el aspecto político previo ni siquiera llega a entrar en su cabeza... por más que flote constantemente en el horizonte discursivo de la película). Descubre que los apaches se mueven en otra cosmovisión, que hace que lo que para nosotr@s constituya una atrocidad no posea tales connotaciones morales para ell@s. Descubre también que los hombres blancos pueden ser crueles y despiadados. Descubre, en suma, que todo es moralmente más ambiguo, que es difícil determinar quiénes son los "buenos" y quiénes los "malos".

Que -como diría Carl Schmitt- se trata de un conflicto (político) existencial, en el que la moralina está fuera de lugar, pues sólo sirve para encubrir intereses y prejuicios. Y que, por ello, todo resulta mucho más amargo, como McIntosh (Burt Lancaster) le ha querido, tal vez, hacer comprender. Pues, al final, en esta película no hay más que eso: amigos y enemigos, cada uno con sus razones y con sus intereses, inconmensurables y difíciles de traducir entre sí.

(Por una vez, la innegable y arisca fuerza visual del estilo de Robert Aldrich se ve justificada, al traducir en imágenes los desasegantes universos -el natural, el social, el moral- que retrata. Se elude así la tentación del grand guignol, que ronda siempre a su cine.)

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