- De una parte, la constatación de la incapacidad de la policía para, en su momento, llevar a cabo una investigación de calidad. La serie muestra muy adecuadamente cómo el corsé burocrático (la jerarquía, los procedimientos preestablecidos, los plazos, el presupuesto, etc.) dificultan una investigación verdaderamente rigurosa de los delitos, cuando estos no son fáciles de investigar y sus posibles responsables son difíciles de identificar. En contra del tópico (interesadamente propagado por la propia policía) de la absoluta eficacia policial, contemplar estos episodios resulta refrescante, por su realismo.
- De otra, en la narración se hace especial hincapié en el sufrimiento de las víctimas: aquí, de las familias de las mujeres asesinadas. En su necesidad de verdad y de justicia: de que se esclarezca exactamente qué es lo que les ocurrió a sus hijas, quién les hizo lo que les hicieron y por qué ese alguien logró quedar impune. Este efecto emocional perturbador del delito (de su injusticia) sobre las víctimas, que va mucho más allá de lo que significa el trauma por la muerte violenta de un allegado, es algo que tantas veces se olvida, tanto en las narraciones del género criminal como en la vida real (dentro el sistema penal), cuando se coloca a las víctimas y a sus personas allegadas como mero trasfondo, parte del decorado (en el que han de actuar los actores principales -delincuentes y operadores del sistema), sin protagonismo alguno. Y que aquí, en cambio, permanece siempre en primer plano.
Una serie instructiva, pues, que bien merece un visionado.