X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

domingo, 28 de agosto de 2022

Antonio di Benedetto: Los suicidas



Acabo de terminar muy recientemente la lectura de Los suicidas (Adriana Hidalgo), la segunda novela de Antonio di Benedetto que leo (Zama fue la primera). Otra vez, el marco ideológico y el estilo literario resultan particularmente destacables: unas inquietudes de naturaleza esencialmente existencial y un estilo literario terso, despojado de retórica, de frases sencillas y transparentes (al menos, en apariencia).

En este caso, el tema objeto del tratamiento novelístico es nada menos que el de la muerte; e inevitablemente, por connotación, el de la vida (humana) y su sentido o sinsentido.

El protagonista de la novela (sin nombre), que la narra en primera persona, se ve arrastrado a dedicar varias semanas de su vida profesional (es periodista) a analizar la realidad del suicidio, de los suicidas que llenan las páginas de sucesos... cuando ocurre, al tiempo, que justamente por esas fechas se conmemora el aniversario del suicidio de su propio padre. Aderezado, además, por el temor del protagonista y narrador de arrastrar con él la misma tendencia suicida.

Este es el argumento que permite al narrador reflexionar, una y otra vez, de manera obsesiva, sobre el significado de la muerte (y de la vida): sobre qué significa morir, estar muerto, matarse... o no matarse. Sobre las razones para matarse: el amor, la desesperación, la soledad, el abandono, el desaliento, el dinero,...

El protagonista desarrolla sus disquisiciones con el trasfondo de sus difíciles relaciones con las mujeres que se cruzan en su vida. Cada una es diferente, cada una le proporciona algo y también le ata a algo...

Al cabo, la novela acaba por ser un auténtico cántico a la vida: un cántico ciertamente desilusionado, que no espera de la existencia humana más de lo que esta puede dar. Pero que permite albergar algún resquicio de oportunidad de otorgamiento de sentido a la misma: pues, al fin y al cabo, el protagonista acaba por decidir (provisionalmente, al menos -claro, toda decisión existencial es siempre necesariamente provisional... justamente, excepto la de suicidarse) seguir viviendo, haciendo caso a Marcela (esa mujer con la que últimamente había intimado y que, ella sí, decide suicidarse, porque sí, porque no ve razón para no hacerlo).

Vivir -parece decirnos la novela- es, contra toda esperanza, seguir esperando: sin seguridad ninguna de obtener nada de lo que anhelamos, pero aferrados aún a alguna forma de ilusión en que ello no es, pese a todo, completamente imposible. O, cuando menos, aferrados lo suficiente como para que la decisión -esta sí, fuerte, intensa- de acometer el momento crucial del suicidio resulte demasiado esforzada. Todavía.


Más publicaciones: