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domingo, 17 de mayo de 2020

La línea invisible (Mariano Barroso, 2020)


Fiel a mi interés por toda la narrativa (literaria y audiovisual) que se produce en torno al fenómeno del "terrorismo" (y pesar de mi escaso interés por la obra de Mariano Barroso), he estado viendo estos días pasados esta serie (6 capítulos) sobre los orígenes de la lucha armada de E.T.A. a finales de los años 60 del pasado siglo.

En los mensajes que, durante la presentación de la serie, Barroso ha lanzado se ha insistido mucho en que se pretendía huir de los juicios morales y, en cambio, intentar entender las razones que llevaron entonces a optar por la violencia y la lucha armada, con independencia de la suerte posterior que corrió el grupo armado tras la muerte del dictador y el cambio de régimen. Intenciones loables, sin duda alguna, para cualquier producto cultural representativo que pretenda resultar estéticamente relevante. Aunque, incluso si las mismas hubiesen sido efectivamente conseguidas, ello tampoco justificaría las notorias imperfecciones formales de la serie: en sus interpretaciones, en su ambientación, en el esquematismo de los personajes, en el lenguaje alambicado y anacrónico de sus diálogos, en la pobreza  de su formalización visual...

Anacronismo: esta es la clave. Pues ocurre que, aun si prescindimos de aspectos formales y nos concentramos -como es particularmente mi interés en esta reseña- en los temas de la narración, La línea invisible resulta ser una obra audiovisual que transita permanentemente por el anacronismo. Ello resulta especialmente palpable en dos aspectos. Primero, en una representación un tanto caricaturesca, y bastante irreal (por pueril), de lo que significa hacer lucha política de oposición en el marco de una dictadura tan brutal como la franquista: difícil es, desde luego, entender nada (por qué optar por la lucha armada es una alternativa razonable, el odio hacia los represores, y de estos hacia los subversivos,...) sin hacer referencia al ambiente de posguerra civil que, treinta años después del final de la contienda, el régimen se empeñaba en mantener, con todas las heridas que la represión durante décadas había creado entre la población. En este sentido, el personaje de Melitón Manzanas (magníficamente interpretado, como es habitual en él, por Antonio de la Torre) aparece por completo desdibujado: no nos cabe duda, desde luego, de que se trataba de un ser humano, con familia, afectos, aficiones y virtudes (¿pero es que alguien lo dudaba?). Pero, en cambio, apenas llegamos a saber nada acerca lo que en realidad era mucho más relevante para su papel en la historia narrada: su biografía, su ideología, su posición frente al régimen que protege y frente a los subversivos que persigue, su inserción en la sociedad vasca pro-franquista del momento (que también existía, por supuesto) y su relación con el resto de dicha sociedad.

Por otra parte, el segundo y aún más llamativo anacronismo aparece en la serie en su tratamiento de los dilemas en torno al recurso a la violencia y a la lucha armada por parte de ese grupo de nacionalistas vascos de izquierdas que acabaron constituyendo E.T.A. y orientándola (después de su V Asamblea) en un determinado sentido estratégico. Porque, viendo las numerosas escenas que se dedican a esta cuestión en la narración, hay algo que sobra y algo que resulta clamoroso que falta. Lo que sobra es moralismo: porque resulta difícil imaginar que matar a un conocido torturador y represor constituyese un verdadero problema moral profundo para quienes habían votado a favor de emprender la lucha armada (otra cosa era tener el valor de apretar el gatillo); y porque hay que recordar que el discurso sobre el terrorismo de E.T.A. como problema (no político, sino) de derechos humanos es tan reciente en España como que se empezó a formular durante el gobierno de José María Aznar (a partir de 1996) como arma propagandística del Estado español frente al movimiento abertzale vasco, y no antes. Así que esa "línea invisible" -matar a un ser humano- que centra la atención de la perspectiva moralista de la serie muy probablemente era, en efecto, por completo invisible (excepto por las previsibles consecuencias, políticas y represivas, pero no morales) para los verdaderos protagonistas históricos, algo que en la obra se oculta y manipula.

Y, por fin, lo que clamorosamente falta en la serie, a la hora de representar el paso de E.T.A. a la lucha armada es la política. Pues, aunque en los diálogos se hacen algunas vagas referencias a los ejemplos que el movimiento independentista argelino y la toma del poder por la guerrilla en Cuba dieron a E.T.A., lo cierto que es que la narración se revela incapaz (¿o se trata más bien de la determinación intencionada de evitar temas conflictivos?) de mostrar con un mínimo de rigor el marco ideológico en el que el debate sobre la lucha armada (y la relación de esta forma de lucha con otros modos de movilización política y cultural) tuvo lugar. En E.T.A., pero también en otros muchos movimientos similares, nacionalistas y/o de extrema izquierda, durante esa misma época: en la izquierda autónoma italiana, en la alemana, en la japonesa, en el movimiento independentista irlandés, en el movimiento de liberación palestino, etc.

Por supuesto, no se trataba de que la serie se convirtiese en un tratado de teoría política. Sin embargo, si lo que se intentaba era (¿o no lo era realmente?) "comprender" el fenómeno del surgimiento del terrorismo de E.T.A., entonces haber explicado los motivos (esencialmente políticos: la lucha armada como estrategia política racional -me he ocupado del tema aquí) de los protagonistas habría resultado obligado. Porque, en aquel entonces, para l@s activistas nacionalistas vascos que se alejaban del pactismo del P.N.V. y que querían abrir una lucha revolucionaria en el País Vasco como la que se anunciaba en otros lugares del mundo, el dilema que había que afrontar era político: ¿cómo hacer mejor la revolución, con armas o sin ellas? Este era el debate. Y, en cambio, el único dilema moral que se les planteaba (que no era el de si era legítimo matar a un represor, pregunta cuya respuesta les hubiera resultado evidente) era: ¿quién quiere comprometerse en la lucha y quién no se atreve a hacerlo? Todo lo demás -aquello en lo que incomprensiblemente la serie quiere centrarse- les hubiesen parecido mandangas: moralismo pequeño-burgués.






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