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sábado, 20 de julio de 2019

Juan Carlos Onetti: La vida breve


Leyendo La vida breve hoy, resulta difícil no apreciar la lucidez del retrato (de la existencia contemporánea). Mas también parece imposible no apercibirse de la inusitada crueldad y falta de caridad de dicho retrato. Una crueldad y una ausencia de caridad que, cabe decir, resultan tan inequívocamente -y desgraciadamente- masculinas...

En efecto, para cualquier lector(a) atent@ de esta primera novela de Juan Carlos Onetti que aparece ambientada en Santa María (bien que parcialmente, tan solo en tanto que paralelo imaginario de lo que, en la diégesis de la narración, constituye el lugar donde transcurre la "realidad" de la historia narrada, ambientada en Buenos Aires principalmente), universo imaginario que resultaría tan trascendental para el desenvolvimiento de su obra narrativa, es evidente que la narración que el novelista uruguayo pergeña viene a evidenciar de una manera magistral el sinsentido, banalidad y absurdos de la existencia humana, de los que tan agudamente ha contribuido a hacernos conscientes la literatura más relevante del siglo XX. Así, la experiencia de Brausen, protagonista de la novela, es la de la insignificancia del individuo humano, de la ridiculez de sus aspiraciones, miedos y ansiedades. Y, en suma, la de la indiferencia de la realidad hacia todo aquello que el individuo humano suele importar.

Brausen es consciente de todo ello. Y, dada esta banalidad y esta carencia de sentido, se ve impulsado a explorar otras vidas alternativas a la que ha sido suya, como posibilidad, si no de redención (algo verdaderamente impensable), sí cuando menos de exploración de universos alternativos. A modo de divertimento, acaso, o por curiosidad, aburrimiento o desesperación.

Así, las vidas que Brausen construye y explora son su propio alter ego (Arce), construido, a modo de moderno Mr. Hyde a partir de aquellos rasgos caracterológicos que menos podrían corresponder al Brausen originario. Pero también ese Doctor Grey que se ve arrastrado a aventuras y experiencias que forman parte del deseo más íntimo y retirado del propio Braunsen, o de el espejo deformado en el que éste ha de contemplarse.

Este juego de figuras, reflejos y espejos, en el que un solo individuo deviene realmente en tres personalidades diferentes (encarnadas, sin embargo, en un único cuerpo), permite a Onetti representar magníficamente la labilidad de la experiencia existencial humana (contemporánea): la experiencia de una persona apenas unificada (salvo cuando el poder social impone coherencia), que se desdobla, despliega y aun despieza en multitud de facetas, apenas coherentes, plagadas de contradicciones y de tensiones irresolubles. Una experiencia para la que parecería no existir solución que la alivie...

Y, sin embargo, este mismo lector que admira la operación literaria de seguir a Brausen (a sus tres personalidades diferenciadas, en realidad) a través de las tres diferentes vicisitudes a las que se ve abocado, no puede dejar de anotar asimismo su incomodidad ante el hecho de que el narrador de La vida breve apenas sea capaz de tomar en consideración posibilidades alternativas de observación y tratamiento de la fenomenología existencial humana. Porque, si es cierto que la desesperación, el hastío o la desorientación (y la violencia que de ellas se deriva muchas veces) constituyen respuestas posibles, racionales y explicables a las complejidades de lo real y de la existencia, también lo es que una actitud mucho más caritativa hacia las limitaciones e impotencias de los individuos de la especie humana, cuando tratan de afrontar los dilemas de la existencia, es posible. Que es posible, por ende, comprender los esfuerzos del individuo por adaptarse a sus limitaciones y para no desesperar. Para intentar, mientras tanto, no causar daños a terceros ni a sí mismo.

Es cierto, pues, que la repuesta existencialista, y aun desesperada, es posible y comprensible. Pero también lo es que tenemos igualmente experiencias de una reacción mucho más cuidadosa, para con un@ mism@ y para con l@s otr@s. Que no prescinde de la experiencia de seguir viviendo la propia existencia, históricamente condicionada. Pero que, en cambio, se esfuerza porque dicha experiencia sea lo menos dolorosa posible, lo más acompañada.

Todo lo cual, por supuesto, suscita algunas preguntas atinentes al género (gender, no genre) de la narración: al género atribuible a la voz narrativa predominante, quiero decir. Porque es evidente que una actitud caritativa, cuidadosa, es -al menos, hoy por hoy- una actitud eminentemente femenina; o que, cuando menos, apuesta por los valores usualmente encarnados por mujeres. Mientras que, en cambio, la actitud de la desesperación seguida de acción, sin apenas atender a los efectos de la misma, parecería más bien una actitud prototípicamente masculina: despreocupada del problema de cuidar del otro, concentrada en las propias sensaciones... y que culmina -curiosamente, o no- en violencia y desconsideración hacia las mujeres.

Una novela existencialista, pues, magistralmente narrada, por la capacidad de Onetti para mantener la coherencia entre tres líneas argumentales paralelas (también temporalmente paralelas), que en todo momento se desarrollan y entrelazan). Pero también un retrato -escasamente favorecedor, en verdad- de la tradicional impotencia masculina para mirar, cuando actúa, más allá, a las consecuencias de su acción, atendiendo al prójimo afectado por ello, cuidándolo y asumiendo auténtica responsabilidad por las consecuencias ocasionadas.

Porque el absurdo, el sinsentido, también poseen -o deberían poseer- su propia ética específica. No basta con ser estéticamente fascinantes, cuando el absurdo nos atenaza: deberíamos ser capaces, además, de preservar nuestra dignidad moral y de la de cuantos con nosotr@s interactúan, en esos momentos de desesperanza y tribulación. Algo de lo que Brausen está tan completamente ajeno, atenazado por los fantasmas propios (y aterradores) de la masculinidad.


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