En tiempos en los que -como ocurre en la actualidad- la religión ha vuelto a recobrar protagonismo social (aunque hoy más antes como fuente de peligrosidad que de estabilidad sociales), leer la narrativa de Flannery O'Connor resulta particularmente pertinentes. En efecto, desde su perspectiva católica, O'Connor presenta los característicos fenómenos de iluminación, predicación, conversión y "renacimiento", propios de algunas sectas protestantes del Bible Belt norteamericano (en las que ansiedades de raza, de clase y de género se combinan de manera entreverada y aparentemente arrolladora), desde la perspectiva de una observadora atenta, pero ajena. Y, de este modo, lector@s que -como suele ser el caso hoy- también nos hallamos completamente ajen@s al universo cultural dentro del que esas creencias y esos ritos prosperan, podemos aproximarnos a ellos e intentar percibir su fascinación (no necesariamente siempre para bien).
Así, en The violent bear it away (su segunda novela) la narración versa sobre la lucha de Francis Tarwater, protagonista dela novela, para decidir el sentido de su existencia: entre el sentido trascendente y religioso que le fue atribuido por su tío abuelo, que debería llevarle a predicar el evangelio y la salvación, y un sentido más laido, volcado hacia el bienestar, la convivencia con l@s demás y una vida simple. La lucha de Francis es tanto interna como externa. Es externa, ya que el personaje antagonista de su bisabuelo, su tío Rayber (que, de todas formas también fue tocado en su día por la furia de la creencia fanática), intenta con todas sus fuerzas arrancar a Francis de su vocación religiosa y convertirle en un joven "normal". Pero la lucha es también interna, en la medida en que el propio Francis cree tener serias razones para dudar de su vocación y de sensatez de la misión que su tío abuelo le encargó.
La novela muestra las dificultades para que la racionalidad impere allí donde la semilla del fanatismo ha sido sembrada con la profundidad suficiente. Porque, al cabo, Francis Tarwater, confundido como está (como ha de estarlo, necesariamente: ¿cómo no estarlo cuando se busca una señal divina que nos oriente y ocurre que el mundo está lleno de acontecimientos que pueden ser interpretados como tales?), acaba por optar por la solución más simple: seguir aquella senda que le fue marcada, renunciando a sus dudas y a las posibilidades alternativas que pudieran haber existido para él. Francis será un profeta y seguirá la tradición: la razón ha perdido una (otra) batalla.
La religión, pues, como prisión casi imposible de eludir, para quien ha sido encerrado en ella. (Cuando menos, una cierta forma, cerrada, de religiosidad.)