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martes, 2 de abril de 2019

The mule (Clint Eastwood, 2018)


Tal y como ya nos ha acostumbrado en otras ocasiones (ya desde los primeros westerns que dirigió), en The mule Clint Eastwood vuelve a explorar el imaginario conservador norteamericano. Y, también como acostumbra, su exploración se caracteriza por su descarnada sinceridad, nada acomodaticia en lo ideológico, porque pretende ante todo y sobre todo constituir una obra de arte, una aportación estéticamente relevante al conocimiento de dicho imaginario.

En efecto, The mule narra una historia acerca de las ambivalencias y contradicciones del imaginario de la masculinidad conservadora norteamericana. Como había hecho ya en algunas de sus películas anteriores (estoy pensando en películas como Grand TorinoTrue crime Absolute power), aquí otra vez vuelve a ponerse de relieve, a través de la historia narrada, cómo dicho imaginario está sometido a tensiones insalvables. Pues, de hecho, pretender al tiempo santificar, de una parte, el individualismo extremo de la libérrima voluntad individual y, de otra, los valores de la comunidad -familiar y otras- conduce necesariamente a contradicciones irresolubles.

Así, en el personaje de Earl (el propio Clint Eastwood) se personifican radicalmente dichas contradicciones: hombre de negocios, hombre libre, hombre de familia, pilar de su comunidad,... Se trata de un conjunto de propiedades que difícilmente pueden convivir auténticamente en un único sujeto. De manera que, al cabo, unas u otras de dichas facetas (o, tal vez, todas ellas) tendrán que verse sacrificadas y menoscabadas. Ser, pues, un buen norteamericano (según el imaginario conservador) resulta una aspiración -nos viene a decir el director- noble, sí, pero verdaderamente imposible. (Como, por lo demás, lo es también ser esa buena compañera del varón norteamericano que dicho imaginario pretende ver en las mujeres: en las peliculas de Eastwood las mujeres son siempre víctimas de la incapacidad masculina para tratarlas como se merecen...)

Todo esto es abordado por el director norteamericano manteniendo, en términos generales, su habitual contención estilística a la hora de construir la retórica de la narración. No obstante, es cierto que en The mule se observan, sorprendentemente, algunos apuntes de sentimentalismo (pocos, pero llamativos, por desviarse tanto de la estética predominante en su obra previa), que desvirtúan -en cierta medida- el efecto que una narración más austera y contenida en el plano emocional habría producido, seguramente, sobre el/la espectador(a) (cuando menos, sobre este espectador). Pese a ello, sigue siendo cierto que hay poc@s director@s, muy poc@s, que sean capaces, como lo es Eastwood, de narrar una historia tan plagada de connotaciones morales(-istas) y emocionales y, sin embargo, mantener la atención puesta más bien en la dinámica de la evolución de su personaje protagonista en tanto que rol social -el de ciudadano atosigado por la crisis y por las demandas de comportamiento y las expectativas que su propio imaginario hacen recaer sobre él.

(Como siempre en las películas de Eastwood, se da preferencia a dichas consideraciones de naturaleza más bien objetivantes, antes que al examen del psiquismo del personaje. En este sentido, el estilo austero y predominantemente conductista -de focalización externa- con el que las narraciones del director suelen estar construidas favorece esta atención preferente a expectativas y roles, antes que a emociones y pensamientos -que, en el imaginario del cine de Eastwood aparecen más bien como meras representaciones psíquicas del imaginario colectivo, antes que como manifestaciones de cualquier evanescente "carácter" subjetivo de sus personajes.)




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