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domingo, 2 de diciembre de 2018

The yards (James Gray, 2000): sobre promiscuidad genérica e infiltración melodramática


Vuelvo a ver, una vez más, The yards y otra vez compruebo lo idiosincrásica que resulta la aproximación de James Gray a los géneros cinematográficos. En estas sus primeras películas, el género que parecería transitar es el género criminal.

Y, sin embargo, revisando dichas películas, resulta muy evidente que en realidad el medio criminal y policial en el que transcurre la historia tan solo le interesa al director como espacio dramático: espacio -territorial y sociocultural- en el que las acciones de policías y de delincuentes tienen consecuencias; en concreto, consecuencias emocionales, que son las que particularmente parecen interesarle a Gray.

Así, en efecto, las películas del director adscritas al género criminal (Little Odessa, We own the night y la que hoy comento) narran tramas criminales sencillas, tratadas además sin énfasis alguno.

Se trata, ante todo y sobre todo, de la creación de un espacio, también dramático: un lugar en el que las acciones realizadas por los personajes tienen consecuencias: consecuencias emocionales, para ell@s mism@s y para quienes les rodean. Transformando sus vidas y sus actitudes ante la vida.

No se trata, pues, nunca en el cine de Gray de intentar representar la realidad social. Antes al contrario, podría decirse que, verdaderamente, sus películas transcurren principalmente en las atormentadas y doloridas mentes de sus personajes protagonistas. Protagonistas que responden emocionalmente a cada acción, propia o ajena. Unas acciones que en principio parecería que obedecen a la lógica de la racionalidad instrumental (económica) más cruda. Pero que, sin embargo, al final acaban por revelarse principalmente consecuencia de las desbocadas emociones de los personajes.

Esta transformación (de acciones externas en emociones internas y en transformaciones del espíritu de sus personajes) es representada (no solo mediante rasgos propios de la construcción dramática de la trama, sino también, y señaladamente) a través de una retórica melodramática bastante prominente. Pues, como ya señalé en otra ocasión, el cine de James Gray, en su travestismo genérico, resulta ser siempre, al cabo, un cine melodramático. En el que la retórica (la verbal y la dramática, pero también la audiovisual) acaba por ser expuesta de manera patente, con el fin de producir el efecto de intensidad melodramática. Así, en el terreno visual, la apagada iluminación y la armonía oscura del diseño de decorados contribuyen a producir ese efecto melodramático, reflejándose así visualmente las emociones que deben atenazar a los personajes.

Melodramas sin adscripción genérica explícita, pues. Historias melodramáticas con excusa criminal. Retórica melodramática como herramienta principal, en el plano formal, para la narración de la historia. Una trama y unos personajes que entremezclan características de los dos géneros -criminal y melodrama- invocados por la estética de la película, para aproximarse así a la estilística del melodrama cinematográfico desde una nueva perspectiva, bastarde, que se presume más creativa.




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