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domingo, 25 de marzo de 2018

The fountainhead (King Vidor, 1949)


Ciertamente, The fountainhead debe de ser una de las más extrañas películas que ha habido, dentro del cine clásico norteamericano. En efecto, en un principio, la película pretende ser la ilustración de la novela de Ayn Rand del mismo título, en la que se exalta el valor del individualismo y de la libertad de acción, frente a la colectividad y al conformismo. Y, desde luego, casi todo el argumento de la novela (con las imaginables censuras en algunas escenas sexuales), así como muchas de las ideas expresadas en sus diálogos y, en general, en su texto, aparecen fielmente en la película.

Cabe dudar, empero, de que, a pesar de ello, en realidad The fountainhead -la película- sea tan buena herramienta propagandística para las ideas de Rand como en un principio se pretendería. Y ello, a causa de la extremadamente peculiar forma cinematográfica que King Vidor elige para la narración de la historia. En especial, destaca sobremanera el modo en el que está concebida la composición de los planos, en relación con los decorados en los que se desarrolla la diégesis: planos muy abiertos, en los que los personajes -aun los protagonistas- aparecen aplastados contra el fondo de decorados, vistos como unos seres que, en su excitación, se agitan contra dicho fondo.

De este modo, resulta notable cómo unas formas visuales determinadas pueden desequilibrar y poner en cuestión lo que la trama narrativa parecería estar representando: frente a la representación de la lucha del individuo contra la colectividad y el conformismo que se desarrolla en su seno (o, más exactamente, al lado de dicha representación), la película The fountainhead constituye también un feroz retrato de las clases dirigentes de una sociedad, aquejadas todas ellas (incluido el mismo héroe de la historia, Howard Roark -Gary Cooper) por una suerte de delirio maníaco-depresivo, que les conduce a los mayores extremos, casi hasta la destrucción, con tal de reafirmar su voluntad de poder.

Porque, en efecto, la película The fountainhead, narrada como lo está en realidad, no es tanto un manifiesto a favor del individualismo (por más que su trama así pareciera indicarlo), cuanto una historia épica de líderes de la comunidad incapaces de reprimir sus apetitos y sus pasiones. Forzados por sus propias personalidades (deformes) a chocar una y otra vez, entre ellos y con la comunidad a la que dicen representar, en una rueda interminable de batallas por el dominio, la victoria y la humillación del adversario. Es Nietzsche (el Nietzsche más prometeico, además), no Adam Smith ni Benjamin Constant, quien verdaderamente ampara el discurso ideológico que la película transmite. Puesto que, en ella, ni la comunidad está verdaderamente presente, ni resulta relevante. Son, por el contrario, los titanes que la lideran quienes entre sí pugnan, hasta el punto de la demencia. En este contexto despiadado y demente, es donde pueden entenderse mejor las cambiantes e inestables personalidades de todos sus protagonistas.

Narrar no resulta, pues, nunca un acto inocente: cada vez que una historia es narrada puede volver a ser construida (y reconstruida, y deformada): emplear, para ello, nuevas piezas y materiales obliga, casi inevitablemente, a que tal eventualidad tenga lugar. Resignificando así la representación inicialmente pretendida.




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