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sábado, 5 de agosto de 2017

James Ellroy: L. A. Quartet


El L. A. Quartet (denominación bajo la que James Ellroy ha agrupado cuatro de sus novelas: The black Dahlia, The big nowhere, L. A. confidential y White jazz) constituye un desarrollo, y también una evolución, en relación con su anterior serie de novelas, la llamada Lloyd Hopkins trilogy.

En efecto, si en aquella serie de novelas se elaboraba -como en su día señalé- la mitología del policía como héroe contemporáneo, en las novelas del L. A. Quartet el panorama se oscurece, y también se vuelve más complejo. Los personajes protagonistas (algunos transitan de una novela a otra de la serie, otros muchos son específicos en cada una de ellas) aparecen ahora como figuras moralmente mucho más ambiguas: policías dispuestos, sí, a llegar hasta el final en sus investigaciones; pero también agentes serviles de las corruptelas -propias y ajenas- en las que la policía se ve comprometida. Capaces, pues, de lo peor y de lo mejor.

Policías, pues, que descubren, apesadumbrados, cómo su labor de "mantenimiento del orden" consiste en muchas ocasiones en servir a los poderosos. Y que hallan que estos son tanto o más corruptos e inmorales que aquellos -marginados- a quienes habitualmente reprimen. Que se hallan enfrentados a alternativas de decisión trágicas (para ellos, cuando menos), puesto que cualquiera les conduce al abismo: aquietarse a lo que se espera de ellos (desde el poder), y reconocer la mendacidad de la mitología policial, o bien comprometerse en la investigación de los crímenes de los más poderosos, y entonces poner en peligro su propio poder y sus privilegios.

En el fondo, entonces, de lo que habla toda la serie es del dilema fatal al que la actividad policial se ve sometida necesariamente en una sociedad desigual y clasista, hasta volverla prácticamente imposible: al tiempo, garante de la seguridad de los bienes jurídicos moralmente valiosos, pero también herramienta de poder al servicio de los grupos sociales dominantes... que, en el ejercicio de su poder y en su lucha por mantenerlo y ampliarlo, necesariamente han de atacar a aquellos bienes jurídicos (a veces delinquiendo, a veces logrando que la ley cree espacios de impunidad -lagunas axiológicas- específicamente para ellos, a veces comprando la mera impunidad de hecho). De manera que aquellos mismos que encargan y dirigen (tanto da que sea directamente -líderes políticos- o por persona interpuesta -clase empresarial) la actividad policial son los más interesa en que ésta sólo prospere de modo sesgado: eficaz con ciertos delitos, pero ineficaz en la persecución de otros muchos. Y de modo que la valoración social de su actividad ha de ser, necesariamente, ambivalente, dada la diversidad de (y aun contradicción entre) sus funciones.


Todo lo anterior aparece, en las novelas, dramatizado en un tono retóricamente elegíaco, en el que la conciencia de los personajes es expresada como portadora de dilemas trágicos y como perfectamente consciente de la alta probabilidad de un final desolador para ellos. La crueldad hiperbólica aparece, así, como principal figura de expresión del clima que se pretende representar. Y todo ello, además, mediante el característico estilo literario de Ellroy, en el que la frase pretende simular una suerte de corriente de conciencia extremadamente desarticulada desde un punto de vista lingüístico, con la evidente intención de producir efectos de choque en el/la lector(a).

Una forma, pues, extremadamente retórica de representar, sin embargo, un dilema sociopolítico y moral auténtico, y acuciante, de nuestras sociedades y de nuestros sistemas penales.


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