Contemplar hoy Le beau Serge, primer largometraje que dirigió Claude Chabrol, constituye un ejercicio extremadamente revelador, acerca de cómo el contexto de recepción de una obra de arte condiciona, en muy buena medida, su impacto.
Como es sabido, la película, en su momento, fue recibida y conceptuada principalmente en el marco del enfrentamiento entre la oleada de renovación temática y formal que pretendía representar una nouvelle vague de directores y otro grupo -heterogéneo- de directores más asentados ya en la industria cinematográfica francesa, acusados por aquellos de academicismo. Desde este punto de vista, el contraste que se ofrecía al/a espectador(a) se había de centrar, sobre todo, en los aspectos temáticos: una trama que no bebía (directamente) de fuentes literarias, sino que, en cambio, poseía evidentes connotaciones autobiográficas. Personajes cotidianos en situaciones cotidianas, retratados en la espontaneidad de sus sentimientos y reacciones, alejados (entonces aún) de cualquier tratamiento tópico.
Hoy, cuando nos detenemos a ver Le beau Serge, hemos recorrido ya un largo camino desde entonces, en tanto que espectador@s, porque también el cine lo ha recorrido: hemos vivido la eclosión de la modernidad cinematográfica y su decadencia, el nacimiento del "nuevo Hollywood", la aparición y desarrollo del "cine independiente" y del "cine de autor" (y del "cine de festivales"), el influjo del posmodernismo, la creciente presencia dentro de la comunidad cinematográfica de (algunos) cines no occidentales, etc.
Todo ello, de forma inevitable, nos conduce a contemplar hoy esta película de un modo necesariamente distinto. Así, para un(a) espectador(a) contemporáne@ -cuando menos, para este espectador contemporáneo- tanto más llamativo que cuanto sorprendía a l@s espectador@s frances@s de 1958 resulta ser, en realidad, el apreciable y acusado contraste, que en la obra se produce, entre una temática existencial que, en el fondo, es profundamente amarga y las formas cinematográficas utilizadas para expresarla. O, dicho de otro modo, lo más sorprendente, vista hoy, de Le beau Serge es su notable esteticismo.
En efecto, la historia que la película narra es el retrato de fracaso, social y existencial al tiempo, de una forma de vida, la de la Francia rural, condenada por la evolución social, pero también por sus propios defectos históricos: una vida dura, también cruel y brutal, apenas capaz de satisfacer algo más que los instintos más primarios de las personas. (Que, pese a ello, y como certeramente apunta un fragmento del diálogo, siguen intentando prosperar y crecer como personas, a través de la educación, contra toda esperanza...) Una visión acaso excesiva, por elitista (al fin y al cabo, se trata del punto de vista de quien abandonó ese medio por el urbano, que hallaba preferible). Pero, en todo caso, decididamente amarga.
Ocurre, sin embargo, que la puesta en imágenes de la narración no sabe (no olvidemos que se trata de una opera prima) distanciarse suficientemente de las convenciones del cine "de calidad". De manera que una historia tan profundamente humana, no obstante, aparece compuesta por imágenes que se dejan arrastrar con facilidad hacia los parámetros de lo melodramático; y hacia la composición de planos "bellos" (conforme a una estética más o menos convencional), aun si resultan tristes o crueles.
Una película, pues, mucho más contradictoria de lo que sus primeros críticos llegaron a pensar. Pues no sólo pretendía romper con el contexto más establecido, en el momento de su aparición, para su recepción: en realidad, , como acabo de señalar, llevaba la contradicción en su seno, en sus propias imágenes. Sería misión del director, a lo largo de su larga y fructífera carrera posterior, la de resolver esta contradicción, para construir una obra cinematográfica tan agria y vivaz (alejada ya, en lo formal, de todo esteticismo, y mucho más cáustica aún, por lo que hace a los temas que abordó y a las tramas que narró) como lo es la mayor parte de la suya.