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jueves, 19 de febrero de 2015

Michael Ignatieff: Fire and Ashes: Success and Failure in Politics


En estos tiempos, conmocionad@s como estamos por la crisis socieconómica y política, las opiniones hegemónicas en España -también en la izquierda- han optado por la doble tentación del simplismo y de la inocencia. Por proclamar que todo lo malo que nos ocurre es culpa de otros, nunca de l@s elector@s español@s: de Alemania, de la Unión Europea,... de "la casta" política. Por demonizar a quienes ocupan cargos representativos o de gobierno (elegidos con sus votos o merced a su abstención). Por imaginar que sustituyéndolos, por otr@s más "pur@s", todo tiene solución. Por una ideología, en suma, del regeneracionismo más banal.

En un ambiente ideológico como el que acabo de describir, leer el libro que hoy comento de Michael Ignatieff (traducción castellana: Taurus, 2014) puede tenerse por pura pérdida de tiempo: un político (ciertamente, a tiempo parcial) perteneciente a un partido del régimen y fracasado, narrando su experiencia e intentando analizar las causas del fracaso y, de paso, qué es lo que aprendió en el trascurso.

Yo no lo creo así. Primero, porque en absoluto comparto ni el simplismo ni la culpabilización a una "casta": existen, qué duda cabe, problemas estructurales (subrayo: estructurales) en el sistema político español, algunos de ellos específicos (con una génesis histórica: en la forma en la que tuvo lugar la "transición" y el diseño institucional del sistema) y otros comunes a todos los regímenes demoliberales (originados en la problemática convivencia entre un sistema político que se pretende democrático -igualitario, por lo tanto- y una sociedad profundamente desigual, injusta y transida de dominación). Pero ninguno se resolverá, creo, sustituyendo una élite política por otra, ni tampoco buscando en evanescentes canales de opinión pública online la solución a los (indudables) déficits de los mecanismos de representación democrática formal, pese a todo imprescindibles.

Pero es que, además, si es cierto -como pienso que lo es- que no podemos prescindir de tales mecanismos de representación (por más que, desde luego, puedan y deban ser complementados mediante técnicas de participación popular directa), y si también es verdad que la participación política real de grandes masas de población (necesariamente diversa en formas de pensar, vivir, sentir, comunicarse) obliga a unos modos de comunicación entre representantes y representad@s que se alejan mucho de los modelos de comunicación interpersonal directa e individualizada (y, por consiguiente, también del idealizado modelo de la asamblea), entonces la experiencia de quienes viven día a día ese rol de representantes, se lo toman en serio y -rara avis!- son capaces de reflexionar críticamente acerca de todo ello, sin (excesivas) autocomplacencias resulta extremadamente relevante.

Esto es, justamente, lo que se podrá hallar en el libro de Ignatieff. Que nadie busque en él (más allá de algún apunte superficial) un estudio de ciencia política acerca de los problemas estructurales de la representación: cuestiones como la financiación de los partidos políticos (y su problemática relación, por lo tanto, con el gran capital), el papel de los medios de comunicación en la conformación de la opinión pública, las actuaciones maximizadoras de los representantes o el comportamiento del electorado son temas que atraviesan en todas direcciones el relato (por cuanto que todo lo que Ignatieff narra hace relación a tales cuestiones), pero que no lo centran. Por el contrario, Fire and Ashes es una historia contada en primera persona: de las impresiones inmediatas que el candidato (y luego diputado, y líder político) en ejercicio recibe, tanto más intensas, precisamente, por falta de costumbre (Ignatieff era, tanto por extracción social como por nivel socioeducativo y trayectoria profesional, un miembro de la élite canadiense, pero no un político profesional); y de las ulteriores reflexiones acerca de las mismas que alguien que tiene por profesión la actividad intelectual es capaz de elaborar posteriormente, a toro pasado.

Por supuesto, en un libro de esta naturaleza (de impresiones y reflexiones personales) existe siempre los riesgos de la superficialidad y de la autocomplacencia. Y seguramente algo de ambos se cuela por entre las páginas de Fire and Ashes: porque no se penetra en el fondo de las dinámicas sociopolíticas, sino que que únicamente se proporcionan vívidas impresiones (pero pertinentes, como señalaré a continuación); y porque todo el tiempo circula a través de las reflexiones de Ignatieff el espectro del (nunca explícitamente mencionado, es cierto) sentimiento de haber sido tratado injustamente por el electorado. En todo caso, con esto y con todo, no se hallará en el libro ninguno de los alardes (de ensoberbecimiento o de rencor, o de ambas cosas) que suelen volver insoportable la lectura de tantos libros de memorias de antigu@s líderes polític@s. Y, en cambio, sí que se apuntan ideas importantes, sobre cómo opera la dinámica política en regímenes demoliberales de opinión pública, que merecen ser tomadas en serio y exploradas en profundidad.


Señalo a continuación, de modo escueto, las principales de estas ideas que han llamado mi atención:

1. ¿Por qué convertirse en polític@? Ignatieff no se engaña: es consciente de que se trata ante todo de una cuestión de ambición personal. Cutre, a veces ("para forrarse", en las infames palabras de un politicastro español), otras veces de más altos vuelos: llegar a la cima, ser reconocido entre los mejores, cambiar el mundo,... En todo caso, se trata de una motivación altamente personal, puesto que, en otro caso (si se tratase de puro altruísmo) los costes de convertirse y de mantenerse como líder polític@ exceden con mucho a los beneficios. Un@, pues, confía en ser "un@ de los mejores", de quienes merecen pertenecer a la élite de la sociedad: autoconfianza, pues. Cuestión distinta es la historia que se narre al público: que siempre poseerá un punto de hipocresía.

2. Storytelling: Un(a) polític@ necesita una historia que contarle al público al que se dirige. Para ello, tiene que inventarse un personaje para el consumo público: dramatizando quién es. Y dramatizar significa unificar todas las diferentes facetas de su personalidad y de su biografía en unas pocas, fáciles de comunicar y de comprender, que le presenten como un personaje -el término no es caprichoso- coherente (y bastante unidimensional). Controlar la historia pública acerca de uno mismo es esencial para el triunfo: no controlarla aboca casi inevitablemente al fracaso.

3. Conocimiento político: El conocimiento que necesita el/la líder polític@ es muy diferente del conocimiento teórico. Se trata de un conocimiento esencialmente práctico: no importan tanto las causas remotas o las consecuencias a largo plazo de los acontecimientos. En esencia, importa tan sólo aquello que resulta susceptible de ser objeto de acciones: las causas inmediatas y modificables; las consecuencias inmediatas y evitables. Además, el conocimiento político no debe ser un conocimiento "objetivo", sino, antes al contrario, ha de ser apasionado: ha de estar radicalmente condicionado por el objetivo que se persigue; por "la causa" que el/la polític@ ha hecho suya. (Apasionamiento que, desde luego, sólo puede mantenerse hasta un cierto límite, ya que, cuando se supera, el conocimiento  apasionado se convierte en ceguera ante los hechos, en hybris, que conduce al fracaso seguro.)

4. Fortuna: La política es, ante todo y sobre todo, praxis; el/la polític@, ante todo y sobre todo, un sujeto actuante. Por ello, en tanto que sujeto actuante, está necesariamente sometido a los vaivenes de todos aquellos acontecimientos -la gran mayoría- que no puede controlar. La praxis política, entonces, consiste esencialmente en adaptarse a los tiempos (uno tiempos históricos que el/la polític@ no puede controlar). Es, en conocida expresión, "el arte de lo posible": la técnica del oportunismo; de explotar acontecimientos incontrolables en beneficio de los propios objetivos. Es preciso, sin embargo, desmarcarse de la interpretación más pesimista de esta fórmula: lo posible incluye no sólo lo actualmente existente, sino también todo lo potencialmente posible, aquí y ahora. (Pero excluye lo que aquí y ahora resulta evidentemente imposible, que no forma parte de la acción política, aunque sí pueda dar contenido a su propaganda.) Como Ignatieff agudamente destaca, allí donde el/la polític@ mediocre ve tan sólo una puerta cerrada (por acontecimientos que no puede controlar) que le paraliza, el/la polític@ visionari@ localiza nuevas oportunidades de acción.

Hasta aquí, la realidad. Cuestión distinta es la propaganda: el/la polític@ hábil hará pasar por creación suya aun aquello que no ha sido más que el aprovechamiento de una ocasión casual. (En cambio, al/la polític@ mediocre se le conocerá que simplemente tuvo suerte.)

5. Ser vist@ con ojos de extrañ@s: El/la líder polític@ depende, para todo, de la opinión que los demás tengan de él/ella. No importa quién sea en realidad. O, más exactamente, sólo importa en la medida en que ello sea percibido por los demás. Todo el mundo intenta otorgar una definición del/la líder. Especialmente, los adversarios. Y es preciso resistir tales intentos de definición, revolverse frente a ellos, proponer (y volver creíble) la propia definición de quién un@ es "realmente". Para ello, cualquier error o debilidad, si es expuesta en público, resulta peligrosa; a veces, directamente fatal. Por ello, el/la política está siempre actuando.

6. Unificar mundos (sociales): El partido político es un espacio social en el que personas y grupos sociales completamente diferentes entre sí se agrupan y coordinan para perseguir conjuntamente algunos pocos objetivos (no sólo prácticos, sino también de reconocimiento de una identidad), aceptados como comunes. Eso significa que el/la líder polític@ tiene que poseer la habilidad de intentar reconciliar mundos sociales distintos, y aun contrarios: escalas de valores, modelos culturales, formas de vida, creencias, etc.

7. Conocimiento local: El/la líder polític@ ha de aprender a conocer la diversidad social de su país. Necesita establecer una conexión con la gente, saber qué quieren oír. Y, para ello, necesita conocerles: mirarles, tocarles, hablar con ellos,... escucharles. Establecer una conexión.

8. Ubicarse: La política consiste en elegir una posición, pero dentro de un espacio de posibilidades limitado. Exige transmitir el mensaje de qué es lo que "tenemos" (ese "nosotr@s" imaginado, pretendido) en común, a pesar de las diferencias. Las cuestiones simbólicas (aquellas sobre las que el/la líder polític@ no puede influir): sentimientos nacionales, religiosos, asuntos internacionales, culturales, grandes problemas globales, etc.), no son, pues, inútiles, sino que sirven para autoidentificarse. Y, en el caso de las cuestiones prácticas (aquellas sobre las que el/la líder polític@ puede influir), existe, sin duda, el poder de las ideas: eso sí, sólo de ciertas ideas, elegidas cuidadosamente (por ser de realización posible) y propuestas en el momento adecuado.


9. Adversarios: En política no hay nada personal: todo -hasta las mayores crueldades- forma parte del juego. Es, pues, un juego para profesionales, que están dispuestos a ponerse a sí mism@s (y a su yo privado -y, por supuesto, a su vida privada) en juego, y en riesgo. Los partidos políticos son equipos de rivales (potenciales, cuando menos), condenados a trabajar juntos. El partidismo es la esencia de la política: creas tu equipo, creas tu programa (las ideas y los principios, pues, también importan); y, luego, sales a pelear contra todos los adversarios. En política no hay reglas (las reglas la reescribe, a posteriori, el ganador): tan sólo hay estrategias.

10. Ser escuchad@: La persuasión democrática existe, sí, pero tan sólo opera en espacios reducidos y relativamente cerrados; no en los grandes espacios (debates parlamentarios, mítines, etc.). Es importante encontrar el punto de equilibrio entre la profesionalización (que favorece la solvencia técnica) y la persistencia del idealismo (que facilita la conexión con el electorado). Buena parte de lo que hace el/la polític@ sólo les interesa a l@s polític@s y a los medios de comunicación. Pero es el cumplimiento de tales objetivos lo que, luego, puede permitir afrontar cuestiones que sí que interesan al público. El/la líder polític@ tiene que ganarse su derecho a ser escuchad@ por l@s votantes: a poder defender ante ell@s sus posiciones. L@s votantes están influidos, sí, por los medios de comunicación y el ruido propagandístico. No obstante, intentan adoptar decisiones racionales a la hora de votar: no se trata tan sólo de una expresión de preferencias subjetivas, sino que el voto es tomado como una expresión de su compromiso con la comunidad. Y, por ello, se decide teniendo tomando en consideración la necesidad de poder dar cuenta de él a terceros, con razones intersubjetivamente aceptables. Ahora bien, dado que las cuestiones políticas son muchas veces complejas, y a l@s votantes les falta información acerca de las diferentes alternativas que se defienden para resolverlas, la opción racional (aunque, es cierto, de una racionalidad limitada) es volverse hacia la figura del/a candidat@, y preguntarse: ¿puedo confiar en él o ella? ¿es quién dice ser? ¿cuáles son sus motivos? ¿me representa, teniendo todo ello en cuenta?

Interesantes reflexiones y lecciones, me parece a mí. Sin duda, necesitadas de mayor elaboración teórica. Pero, en tanto que reflejo directo de una experiencia vivida, particularmente incisivas y sugerentes. Y de las que hay mucho que aprender: para hacer política, primero (y no tener una visión idílica de ella), pero también si se desea cambiarla (y no perecer en el intento).


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