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miércoles, 14 de enero de 2015

"Terrorismo islamista": desmontando tópicos


1. El terrorismo islamista y nosotr@s: hablar por boca de ganso

Es sabido: los momentos de conmoción resultan siempre propicios a las reacciones poco meditadas, y frecuentemente erróneas. En el caso concreto de las acciones violentas que (como es el caso del reciente ataque contra la revista humorística francesa Charlie Hebdo) reciben un elevadísimo nivel de cobertura mediática (porque la mayoría de los actos violentos no reciben, ni de lejos, tanta cobertura), ocurre además que: 1º) la experiencia de casi tod@s con esa violencia no es directa (casi nadie de quienes opinan ahora es lector(a) habitual de Charlie Hebdo, ni vive en París, ni conoce los problemas de integración social y de racismo de la sociedad francesa, ni...), sino mediada, por las representaciones de los medios de comunicación; 2º) la dificultad para aprehender (a distancia) un acto frente al que, sin embargo, los medios de comunicación nos presionan para que, "en tanto que ciudadan@s", adoptemos una posición (en las redes sociales, primero, y luego en las encuestas de opinión, que respaldarán -o no- las medidas políticas y jurídicas que los gobiernos adopten, en teoría para evitar nuevas violencias semejantes); 3º) la tentación de recurrir, entonces, al bagaje de estereotipos y lugares comunes, prácticamente ninguno original nuestro, sino que prácticamente todos resultan adquiridos, procedentes del medio sociocultural en el que vivimos (de nuevo, con gran incidencia de los medios de comunicación), para crear "nuestra" interpretación de lo ocurrido, y "nuestra" actitud moral ante ello.

En situaciones como la que acabo resumidamente de describir, resulta fácil, tentador, pretender que se comprende todo, que se poseen todas las claves, y aun las soluciones, para el problema (el "terrorismo islamista"). (Resultan, además, tranquilizador.) Es lo que pretenden -¿pretendemos?- de hecho quienes aspiran a tener poder y/o influencia sobre la evolución social y política: líderes políticos, organizaciones y movimientos sociales, periodistas, intelectuales,... Todos pretenden proporcionar el análisis definitivo del problema, la identificación perfecta de los factores decisivos para que haya surgido y las estrategias de acción que nos sacarán de él.

En estos días, estamos asistiendo, comprensiblemente, a una de esas oleadas de conjuntos de análisis/ teorías/ propuestas sobre lo que no se debió hacer y, en cambio, se debe ahora hacer, en relación con el problema del "terrorismo islámico" en Europa. (Dejo aparte las meras soflamas de toda índole: panfletos racistas, profesiones de fe en la democracia o en la libertad de expresión, etc. Me concentraré aquí, pues, únicamente en quienes pretenden no sólo exhortar o imprecar, sino también explicar, interpretar, racionalizar; y, consiguientemente, proponer políticas basadas en razones y que no se alejan -en demasía- de los valores liberales.)

Pues bien, mi intención aquí no es aportar otra nueva teoría, sino que es puramente destructiva (o crítica -suena mejor): explicar por qué la mayor parte de tales análisis-teorías-propuestas son (aun si surgen de la mejor de las intenciones) altamente discutibles y cuestionables, cuando no directamente equivocadas y merecedoras del más radical rechazo.

2. Primer tópico: Los terroristas islamistas matan por su idea de la religión y por rechazo a los valores morales y al modelo de sociedad defendido en Occidente

Falso. O, cuando menos, parcialmente falso. Pues es evidente, desde luego, que las razones ideológicas constituyen uno de los factores que influyen sobre la decisión de incorporarse a un grupo armado islamista o de realizar determinadas acciones violentas. Y, sin embargo, la explicación no es tal, no puede serlo, desde el momento en que la evidencia empírica nos indica no sólo que la abrumadora mayoría de las personas de religión musulmana no participan en ninguna actividad violenta, sino, sobre todo, que tampoco lo hacen la abrumadora mayoría de las personas de creencias musulmanas extremistas o fundamentalistas. Sólo unos pocos, una ínfima minoría, de entre todas las personas que piensan (en ejercicio de su libertad de pensamiento y expresión) que las sociedades occidentales son corruptas, que en ellas no se respeta el valor del Islam, que el modelo moral y social de (una interpretación conservadora) de la religión musulmana debería imponerse, etc., eligen defender tales ideas participando en acciones violentas.


Necesitamos, pues, un modelo explicativo más satisfactorio, que no identifique islam fundamentalista con terrorismo, dado que dicha asimilación se revela, en el plano teórico, errónea. (Y, desde el punto de vista práctico, tremendamente destructiva, en tanto que coartada perfecta para la islamofobia y la represión de la disidencia ideológica. Y, en cambio, completamente inútil como guía para una estrategia de prevención efectiva.) La cuestión es que, como las investigaciones empíricas acerca de las causas del terrorismo han venido a poner de manifiesto, en realidad no es posible construir explicaciones mono-causales convincentes de la decisión de integrarse en la actividad terrorista, sino que tales decisiones surgen de una combinación compleja de causas: algunas macro-sociales (violencia, pobreza, discriminación), otra meso-sociales (dinámica organizativa y estratégica de las organizaciones armadas) y otras micro-sociales (redes de interacción social en las que se mueve la persona, proceso individual de socialización, etc.).

En todo caso, resulta esencial hacer una distinción, que frecuentemente se difumina en los discursos simplificadores que pretendo combatir: la distinción entre las causas que conducen al surgimiento de la actividad armada (de las organizaciones) y las causas que conducen, luego, a individuos concretos a incorporarse a dicha actividad. Así, por lo que hace a la primera cuestión, la respuesta parece evidente: aunque complejas, el conjunto de causas que conducen al surgimiento de actividades terroristas son siempre de naturaleza política, tienen que ver con las relaciones de poder y de dominación que existen en una determinada sociedad, y con cómo son percibidas por los diferentes grupos sociales (auto-)identificados dentro de ella. Así, en el caso del terrorismo islamista, es evidente que, si de verdad se buscan causas del mismo (y no interpretaciones meramente ideológicas, ocultadoras de la realidad), hay que mirar, hacia dentro de los países occidentales, hacia el racismo y hacia la discriminación social (que no sólo crea "razones" para alzarse, sino que además crea espacios sociales marginados y relativamente aislados en los que la creación inicial de redes de militantes pueden prosperar y pasar desapercibidas) y, hacia fuera, hacia sus políticas exteriores (imperialistas y pro-israelíes) en relación con los países musulmanes.

Cuestión distinta es por qué, una vez que existe la "causa islamista (armada)", ciertas personas deciden incorporarse a ella. A este respecto, como decía, lo usual será una combinación de factores micro-sociales (ubicación social del individuo, que condiciona sus creencias y motivos) y organizativos (la estrategia de captación de apoyos de las organizaciones armadas).

Por supuesto, todo lo que acabo de exponer no es mera disquisición teórica, sino que tiene que ver esencialmente con las estrategias de prevención del terrorismo islamista eficaces, frente a las ineficaces (y, además, innecesaria, e ilegítimamente, represivas): se puede, sin duda, desde el Estado, en alguna limitada medida (más abajo diré algo al respecto), intentar influir sobre la ideología de las personas. Pero, sobre todo, lo que se puede y se debe hacer (porque, además, existen hondas razones de justicia para ello, no sólo las pragmáticas) es alterar las otras condiciones que favorecen el surgimiento de actividades terroristas y la incorporación a las mismas.

3. Segundo tópicoEl terrorismo islamista pone en peligro el sistema de libertades del Estado de Derecho

Falso, completamente falso. Esta tesis sólo puede ser mantenida por quien -por inadvertencia o por mala fe- sea incapaz de distinguir entre intenciones y realidad objetiva. Es posible, cierto, que algunos grupos armados islamistas pretendan acabar con ese sistema de libertades. (Aunque no todos: muchos, explícitamente, luchan más bien por otros objetivos políticos diferentes y más limitados: la retirada de las tropas occidentales de países musulmanes, cambios en la política exterior pro-israelí, etc.)



Pero, de cualquier forma, aun si en algún caso existe efectivamente dicha intención destructiva, lo cierto es que hasta ahora nunca ha existido ningún grupo armado islamista (ni, en realidad, ningún grupo armado) que -como ocurre en Europa- no haya sido capaz de pasar, de la fase de acciones violentas aisladas a manos de individuos o de pequeños grupos, a la de creación de fuerzas organizadas militarmente, en la forma de guerrillas o incluso de ejércitos de mayor tamaño, que verdaderamente haya puesto en peligro efectivo (menos aún que haya estado a punto de destruir) ningún sistema político. Y menos todavía los sistemas políticos de los países occidentales (en los que, hay que recordarlo, la proporción de población musulmana, de población musulmana de creencias fundamentalistas y de miembros de grupos armados islamistas es absolutamente minoritaria -ínfima, en este último caso). Y ello, porque, cualesquiera que sean sus intenciones, simplemente carecen de la capacidad, tanto militar como política, para producir dicho efecto desestabilizador. En realidad, lo único a lo que puede aspirar un grupo armado islamista de los verdaderamente existentes (grupos pequeños, con pocos medios, débilmente coordinados -nada que ver con las fantasías paranoicas que nos venden, interesadamente, algunos sedicentes "expert@s" en terrorismo islamista) desde un punto de vista político -dejo, pues, a un lado si les sirve para ganar el paraíso- es, justamente, a lo que logran: en el mejor (para ellos) de los casos, a crear noticias que tengan fuerte impacto mediático durante unos pocos días; y a que ello dé lugar a (sobre-)reacciones represivas por parte de los estados que, a su vez, alimenten, de cara su público potencial, la legitimidad de su causa, facilitándoles nuevos apoyos.

Así pues, no, no es cierto que el terrorismo islamista ponga en peligro ni el régimen de libertades ni el sistema político de ningún país occidental. Por el contrario, y como en otro lugar he estudiado con mayor detenimiento, lo único a lo que afectan las acciones de grupos armados, además de a los bienes jurídicos individuales (vida, salud, etc.) de las víctimas directas, es a la identidad política hegemónica, en una sociedad dada. Dicho en plata: el único efecto político directo de una acción armada islamista (esto es, más allá del beneficio colateral que obtenga gracias a la simbiosis entre sus ansias de impacto mediático y el aprovechamiento que los gobiernos hacen del mismo para "colar", so capa de combatir el terrorismo, nuevas medidas restrictivas de los derechos humanos) es dejar meridianamente claro que entre nosotr@s existen personas, también ciudadan@s europe@s y occidentales, que, sin embargo, en absoluto comparten la creencia hegemónica en que vivimos en la sociedad más justa y perfecta que hemos conocido, con el mejor sistema de libertades que existe, envidia de cualquiera. Sin duda, esto resulta políticamente perturbador: inquietante, cuando menos; ofensivo, para much@s. Pero, en todo caso, es tan sólo un efecto psicosocial, de inseguridad acerca de la firmeza e irrefutabilidad de nuestras convicciones (que puede conducir al atrincheramiento -al racismo y a la islamofobia-, o bien, más constructivamente, a preguntarnos por qué no todo el mundo, entre nosotr@s, piensa como nosotr@s -al diálogo intercultural). No implica ningún cambio fundamental del estado real de la sociedad, y del sistema político.

4. Tercer tópico: El terrorismo islamista prospera porque el multiculturalismo ha fracasado

Cabe hacer dos lecturas radicalmente diferentes de este tópico. La primera, progresista, vendría a decir que el reconocimiento de la diversidad cultural en los países occidentales no ha ido lo suficientemente lejos (como debería), y que ello, junto con la persistencia de la discriminación y de la desigualdad, es la causa del terrorismo islamista. Como ya advertía más arriba, esta lectura, aun incluyendo elementos de verdad, resulta insuficiente, por simplista: sin duda, la discriminación, la islamofobia, el racismo, etc., son factores que pueden favorecer el terrorismo islámico en las sociedades occidentales; pero en absoluto permiten, por sí solas, explicarlo.

Sin embargo, existe otra lectura diferente, conservadora, del tópico. Consiste esta en afirmar que lo que ha habido en realidad es un exceso de complacencia con ideologías y con formas de vida (musulmanas o -en una versión más moderada- islamistas fundamentalistas) que, por principio, contradicen los "valores" y "normas básicas de convivencia" de las sociedades occidentales. Que ello ha favorecido la aparición de un "caldo de cultivo" social, comunitario, que hace posible y facilita la ideación y constitución de grupos armados islamistas. Y que, por consiguiente, la solución pasa necesariamente por acabar con la (excesiva) tolerancia con dichas ideologías y formas de vida. Por forzar su sometimiento a unos y los mismos "valores" y "normas de convivencia" (los del "Estado de Derecho", los de la "democracia occidental",...), universalmente válidos para toda la ciudadanía, que debe aceptarlos y hacerlos suyos, si pretende formar parte de nuestras comunidades políticas. (Y el corolario, muchas veces no expresado, es que, si no los aceptan y hacen suyos, el Estado debería, con su capacidad coactiva, imponerlos.)

Sin duda alguna, es esta lectura conservadora del tópico del fracaso del multiculturalismo la más extendida (por cierto: a derecha e izquierda). La misma se compone, en realidad, de dos elementos distintos, que deben ser diferenciados: de una parte, una tesis descriptiva (el reconocimiento, por parte de los Estados occidentales, de la diversidad cultural favorece el abuso, y con ello el surgimiento del terrorismo islamista) y, de otra, una propuesta normativa (el Estado debe limitar su reconocimiento de dicha diversidad cultural y, en cambio, imponer -si es necesario, mediante la coacción- ciertos valores morales y normas sociales de convivencia como comunes y obligatorios).

No discutiré ahora la primera tesis, la descriptiva. La creo indudablemente falsa: porque ignora el papel que el racismo y el etnocentrismo que permean nuestra sociedad han cumplido y siguen cumpliendo para limitar en la práctica el teórico multiculturalismo del Estado; porque constituye, a mi entender, una reconstrucción ex post facto, falseada, que convierte lo que en realidad ha sido una historia de abandono (no proporcionar servicios sociales suficientes, educación, igualdad efectiva, etc.) en una de tolerancia; y porque, de nuevo, incide en el defecto de proponer explicaciones mono-causales, simplistas, de un fenómeno tan complejo como es el terrorismo. Sin embargo, hay que reconocer que carecemos al respecto todavía de una evidencia empírica suficientemente contundente como para poder demostrar esa completa falsedad más allá de toda duda razonable.


Concedamos, pues, siquiera sea a efectos argumentativos, que pudiera ocurrir, en alguna ocasión, que la aceptación del derecho a mantener moralidades y de formas de vida diferentes, y aun contradictorias, como las que promueven ciertas corrientes de islamismo fundamentalista, pudiera haber sido un factor causal importante para la aparición del terrorismo islamista. La cuestión, en todo caso, seguiría siendo, me parece, que desde el punto de vista normativo no parece haber razones suficientes como para justificar que un estado que mantenga su adhesión a los valores liberales tenga derecho a actuar coactivamente en contra de dichas moralidades y formas de vida.

Hay que recordar, en este sentido, que un principio básico del estado liberal es el de neutralidad del estado frente a las diferentes moralidades y formas de vida. De manera que, por principio, un estado puramente liberal tiene vedado intervenir para promover o para eliminar ninguna forma de pensar o de vivir. En tanto, claro está, dichas formas de pensar o de vivir no afecten a los derechos de otras personas o grupos.

De este modo, lo cierto es que el debate sobre los "excesos de multiculturalismo" (además de muy probablemente equivocado en su punto de partida) sólo puede significar una de dos cosas. Primero, que se esté proponiendo en realidad que el estado rompa con su neutralidad y utilice su capacidad coactiva para prohibir e intentar eliminar formas de vivir y de pensar consideradas indeseables y/o peligrosas. (Los que quieren engañarse y seguir llamándose liberales, propondrán que este empleo de la coacción sea tan sólo "excepcional". Pero, ¿un estado de excepción sólo para ciertos grupos de población? A much@s esto, antes que a liberalismo, nos suena a nacionalsocialismo...) Es decir, que se renuncie al principio liberal básico y que el estado se convierta en uno explícitamente etnocultural ("occidental", "cristiano", "civilizado", "democrático",... no importa mucho la etiqueta). Solución esta que no sólo resulta moralmente repugnante y políticamente disparatada, sino que, además, está vedada (¡si los tribunales constitucionales cumplen con su deber!) por el propio sistema de derechos fundamentales constitucionales, que impide al estado afectar a la libertad de pensamiento, religión, expresión, etc. de las personas, por muy inmorales, absurdas o repugnantes que sean sus ideas u opciones vitales, en tanto no afecten a bienes jurídicos de terceras personas.

La segunda posibilidad es que se esté proponiendo más bien que el Estado adopte una posición más activa, a través de mecanismos no coactivos, sino promocionales (educación, publicidad, etc.), en la difusión de ciertos valores morales y culturales entre aquellos grupos sociales más próximos al islamismo fundamentalista. Un liberal puro se opondría igualmente a esto (pues también las medidas promocionales quiebran -aunque sea en menor medida- el principio de la neutralidad moral del estado liberal). No obstante, a quien esto firma (que nunca se ha reclamado adepto al liberalismo, sino más bien al pensamiento político republicano) le parece que, en tanto que no implique coacción (prohibiciones y sanciones) ni discriminación (en el acceso a los servicios públicos), existe un espacio para que un estado republicano, comprometido con los valores morales de la autonomía y de la igualdad moral entre todos los seres humanos, pueda llevar a cabo acciones promocionales que favorezcan formas de socialización, de pensar y de vivir más autónomas e igualitarias, frente a otras menos deseables. Aunque, en todo caso, esta acción promocional estatal precisa siempre, para resultar legítima, estar cuidadosamente limitada, para no convertir la promoción de la autonomía y de la igualdad en la imposición de determinados modelos de vida buena, algo que ha de exceder con mucho a las facultades del estado, en cualquier sistema político que no sea abiertamente etnocultural.

En resumidas cuentas: el debate sobre el multiculturalismo es uno que, desde el punto de vista práctico (de la acción estatal posible y legítima), posee un recorrido extremadamente limitado. Primero, porque probablemente no es cierto su punto de partida, de que el multiculturalismo contribuya de algún modo relevante al surgimiento del terrorismo islamista. Pero, en todo caso, porque, aun cuando se demostrase que ello es cierto, la única consecuencia que resulta legítimo extraer es que el estado podría tener derecho a llevar a cabo, de forma limitada, algunas acciones de índole promocional para favorecer, entre las comunidades musulmanas fundamentalistas, cambios en las formas de pensar y de vivir que vuelvan a sus miembros más autónomos y menos sometidos a los dictados comunitarios. Cualquier otra consecuencia (coactiva, por ejemplo) chocará, frontalmente, con los principios liberales y con los derechos fundamentales de las personas afectadas.

5. En conclusión: el terrorismo islamista no es diferente (y no debe ser tratado de manera diferente)

Hasta aquí, los tópicos que tienen que ver específicamente con el terrorismo islamista. Porque, por supuesto, hay más temas a debate: ¿se puede incriminar la difusión de ideas? ¿hasta dónde es legítimo que se extiendan las conductas de incitación o provocación? ¿cuánto cabe anticipar la incriminación de conductas meramente preparatorias, que aún no ponen en peligro bien jurídico alguno?...

Pero son estos debates ya clásicos en torno al Derecho Penal antiterrorista, sobre los que existe ya un amplio debate, por lo que ahora no me extenderé acerca de ellos. Baste decir que, al respecto, los criterios de la acción estatal (represiva) legítima no son distintos en relación con el terrorismo islamista que en otros supuestos.

Y es que, justamente, de eso se trata: de que el terrorismo islamista no es, en absoluto, excepcional, sino únicamente un poco diferente de otros, pero muy parecido en la mayor parte de sus características. Y de que ese sentido de la excepcionalidad y de la emergencia que, sin embargo, se viene difundiendo como mensaje hegemónico (y que pretende justificar actuaciones también excepcionales, en contra de los derechos humanos), sólo puede entenderse en boca de paranoicos, de personas sin conocimiento de la historia o de manipulador@s sin escrúpulos. ¡Atent@s, pues!


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