Hoy (hace ya décadas, en realidad) estamos en un punto tal, por lo que hace a los discursos políticos acerca de la disidencia y de la protesta (pacífica o violenta), que parecería -si no se reflexiona lo suficiente- que el concepto de "terrorismo" resulta uno evidente: que posee una denotación más o menos clara y que se refiere a procesos y entidades indudablemente distintas de la realidad. A lo sumo, en efecto, se suele denunciar el abuso del término, en expresiones como "terrorismo machista", "terrorismo callejero", etc.; o su función como coartada de estrategias represivas contrarias a los derechos humanos y de políticas interiores (extranjería, etc.) y exteriores (intervenciones armadas "humanitarias", etc.) moralmente cuestionables.
Más aún, incluso en los discursos críticos más radicales en relación con el "terrorismo", lo más que se suele escuchar son reproches a la utilización arbitraria y asimétrica del término (que hace que, por ejemplo, en el discurso hegemónico los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia sean considerados "terroristas", mientras que no lo serían -serían meros "milicianos", "guerrilleros"- los combatientes del Partido Democrático del Kurdistán).
Sea como sea, la denuncia y la crítica de los abuso en el uso del término presupone, necesariamente, que se está dando por buena la existencia de una regla que fija cuál es su uso correcto. Es decir, que, en el caso del concepto de "terrorismo", suele formar parte de los presupuestos (no explicitados, pero efectivos) de la discusión la aceptación de la idea de que el término y el concepto de "terrorismo" ("terroristas", etc.) posee un significado estable y resulta aplicable -hablando con propiedad- a ciertas organizaciones, acciones y procesos. Rara vez hallaremos, sin embargo, una reflexión y una justificación suficiente de que las afirmaciones anteriores sean ciertas.
¿Acaso porque, en realidad, no hay justificación alguna para darlas por buenas? Justamente, el libro que hoy comento (Cambridge University Press, Cambridge, 2013) viene a sostener esta conclusión. De hecho, lo que hace es más bien explorar la historia cultural del concepto de "terrorismo", así como el contexto sociocultural, eminentemente contemporáneo, dentro del cual a cobrado su fuerza y sus visos de realidad.
El resultado de esta exploración histórico-social es muy claro: a pesar de los antecedentes históricos anteriores, el comienzo del uso moderno del concepto de "terrorismo" y de la elaboración de los discursos en torno a dicho concepto está precisamente datado, en los Estados Unidos de mediados de los años 70 del siglo pasado. Y, en concreto, tuvo lugar mediante una transformación ideológica (en un doble sentido: no sólo en el neutro, de que afectase a las ideas, a los discursos sobre la realidad social, sino también en un sentido más específico, por cuanto que implicó una manipulación de dichos discursos para encubrir dentro del discurso partes de dicha realidad), que partió del concepto de "insurgencia", propio de las estrategias represivas norteamericanas -y, en general, occidentales- anteriores (desarrolladas desde los años cuarenta en adelante, al hilo de los procesos de descolonización y de las resistencias populares en países y colonias del Sur), para transformarlo, en un sentido moralista y retórico.
Lisa Stampnitzky describe cuidadosamente cómo tuvieron lugar dicha evolución y dichas transformaciones. Y, sobre todo, explica cómo, a diferencia de lo ocurrido en otros ámbitos, en el de los fenómenos "terroristas" nunca ha llegado a existir (hasta ahora, pero tampoco considera previsible que aparezca, en un futuro más o menos próximo) una disciplina con pretensión de cientificidad y un discurso consolidado, que tienda a monopolizar la capacidad de producción de discursos socialmente relevantes acerca del fenómeno: los "estudios sobre terrorismo", en efecto (la base imprescindible para la consolidación del uso moderno del concepto), no han llegado a ser una disciplina epistemológica y metodológicamente establecidos, con poder de disposición sobre los discursos que circulan por la sociedad acerca de los fenómenos que se suelen calificar como "terrorismo".
Así, la falta de una racionalización suficiente, la dependencia constante y nunca eliminada de los discursos acerca del "terrorismo" de las estrategias (y, más aún, incluso de los meros juegos de poder) de los estados, y aun de los agentes políticos que pugnan por influir o gobernar sobre los estados, hacen que aún hoy el uso del concepto de "terrorismo" resulte esencialmente ambiguo, contestable, inestable. Y que no parezca probable que la situación vaya a cambiar, en este sentido, en un futuro previsible. Estamos, pues, condenados a convivir con un concepto (y con discursos basados en dicho concepto) carente de cualquier solidez teórica.
Yo mismo me he ocupado, en un trabajo publicado hace algún tiempo, de poner de manifiesto las inconsistencias de los discursos hegemónicos acerca del concepto de "terrorismo" y de la política criminal más justificable en este ámbito. Mi tesis era, entonces, que o bien se altera de forma sustancial el significado del término, o bien su uso debería ser abandonado.
Sin embargo, las consecuencias político-criminales y dogmáticas de tomarse en serio el estudio desarrollado por Lisa Stampnitzky (y, en general, por todo el movimiento de los llamados critical terrorism studies) nos obliga a ir, me parece, mucho más lejos. (Me ocuparé del tema, con detalle y precisión técnica, en un artículo de investigación de próxima publicación, del que aquí anticipo algunas ideas generales.) En efecto, si aceptamos la radical inestabilidad del concepto de "terrorismo", en los términos acabados de describir, no ocurrirá tan sólo -que también- que el uso del término sea arbitrario y asimétrico; o que se aplica de forma abusiva. Por el contrario, si el concepto es tan inestable, y está tan datado (y condicionado) desde el punto de vista histórico-social como parece, entonces hay que pensar que buena parte de los discursos acerca del "terrorismo" pierden buena parte de su virtualidad, por constituirse en mera retórica, en mera ideología. Porque sólo retórica e ideología son discursos que versan acerca de realidades inexistentes.
De manera que las anteriores consideraciones (disolventes, en verdad) no sólo han de afectar a los discursos más conservadores o autoritarios en torno al "fenómeno" del "terrorismo", sino a todos. Así, para empezar, incluso quienes intentan elaborar una dogmática limitadora, a la hora de interpretar y aplicar las figuras delictivas (y, en general, las normas jurídicas) relativas al "terrorismo", estarían incurriendo en algo que podríamos denominar (con permiso de Norberto Bobbio) de auténtico "positivismo ontológico": no sólo por -como ocurre con el positivismo ideológico- dar por buenas las valoraciones morales del legislador; sino por, ante todo, dar por verdaderamente existentes las realidades de las que el legislador predica la existencia.
Más aún, habria que poner en cuestión, en general (y ello parece aún más relevante), todos los discursos "críticos": aquellos que pretenden cuestionar los usos más excesivos, que intentan poner en cuestión las estrategias más cuestionables moral y políticamente, etc. Porque, a lo mejor, el "terrorismo" no existe: no es más que un fenómeno ideológico. Y, entonces, aun l@s más crític@s de entre nosotr@s, estaremos contribuyendo, también con nuestras críticas, a consolidad la apariencia de realidad de ese evanescente fantasma.
Más aún, incluso en los discursos críticos más radicales en relación con el "terrorismo", lo más que se suele escuchar son reproches a la utilización arbitraria y asimétrica del término (que hace que, por ejemplo, en el discurso hegemónico los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia sean considerados "terroristas", mientras que no lo serían -serían meros "milicianos", "guerrilleros"- los combatientes del Partido Democrático del Kurdistán).
Sea como sea, la denuncia y la crítica de los abuso en el uso del término presupone, necesariamente, que se está dando por buena la existencia de una regla que fija cuál es su uso correcto. Es decir, que, en el caso del concepto de "terrorismo", suele formar parte de los presupuestos (no explicitados, pero efectivos) de la discusión la aceptación de la idea de que el término y el concepto de "terrorismo" ("terroristas", etc.) posee un significado estable y resulta aplicable -hablando con propiedad- a ciertas organizaciones, acciones y procesos. Rara vez hallaremos, sin embargo, una reflexión y una justificación suficiente de que las afirmaciones anteriores sean ciertas.
¿Acaso porque, en realidad, no hay justificación alguna para darlas por buenas? Justamente, el libro que hoy comento (Cambridge University Press, Cambridge, 2013) viene a sostener esta conclusión. De hecho, lo que hace es más bien explorar la historia cultural del concepto de "terrorismo", así como el contexto sociocultural, eminentemente contemporáneo, dentro del cual a cobrado su fuerza y sus visos de realidad.
El resultado de esta exploración histórico-social es muy claro: a pesar de los antecedentes históricos anteriores, el comienzo del uso moderno del concepto de "terrorismo" y de la elaboración de los discursos en torno a dicho concepto está precisamente datado, en los Estados Unidos de mediados de los años 70 del siglo pasado. Y, en concreto, tuvo lugar mediante una transformación ideológica (en un doble sentido: no sólo en el neutro, de que afectase a las ideas, a los discursos sobre la realidad social, sino también en un sentido más específico, por cuanto que implicó una manipulación de dichos discursos para encubrir dentro del discurso partes de dicha realidad), que partió del concepto de "insurgencia", propio de las estrategias represivas norteamericanas -y, en general, occidentales- anteriores (desarrolladas desde los años cuarenta en adelante, al hilo de los procesos de descolonización y de las resistencias populares en países y colonias del Sur), para transformarlo, en un sentido moralista y retórico.
Lisa Stampnitzky describe cuidadosamente cómo tuvieron lugar dicha evolución y dichas transformaciones. Y, sobre todo, explica cómo, a diferencia de lo ocurrido en otros ámbitos, en el de los fenómenos "terroristas" nunca ha llegado a existir (hasta ahora, pero tampoco considera previsible que aparezca, en un futuro más o menos próximo) una disciplina con pretensión de cientificidad y un discurso consolidado, que tienda a monopolizar la capacidad de producción de discursos socialmente relevantes acerca del fenómeno: los "estudios sobre terrorismo", en efecto (la base imprescindible para la consolidación del uso moderno del concepto), no han llegado a ser una disciplina epistemológica y metodológicamente establecidos, con poder de disposición sobre los discursos que circulan por la sociedad acerca de los fenómenos que se suelen calificar como "terrorismo".
Así, la falta de una racionalización suficiente, la dependencia constante y nunca eliminada de los discursos acerca del "terrorismo" de las estrategias (y, más aún, incluso de los meros juegos de poder) de los estados, y aun de los agentes políticos que pugnan por influir o gobernar sobre los estados, hacen que aún hoy el uso del concepto de "terrorismo" resulte esencialmente ambiguo, contestable, inestable. Y que no parezca probable que la situación vaya a cambiar, en este sentido, en un futuro previsible. Estamos, pues, condenados a convivir con un concepto (y con discursos basados en dicho concepto) carente de cualquier solidez teórica.
Yo mismo me he ocupado, en un trabajo publicado hace algún tiempo, de poner de manifiesto las inconsistencias de los discursos hegemónicos acerca del concepto de "terrorismo" y de la política criminal más justificable en este ámbito. Mi tesis era, entonces, que o bien se altera de forma sustancial el significado del término, o bien su uso debería ser abandonado.
Sin embargo, las consecuencias político-criminales y dogmáticas de tomarse en serio el estudio desarrollado por Lisa Stampnitzky (y, en general, por todo el movimiento de los llamados critical terrorism studies) nos obliga a ir, me parece, mucho más lejos. (Me ocuparé del tema, con detalle y precisión técnica, en un artículo de investigación de próxima publicación, del que aquí anticipo algunas ideas generales.) En efecto, si aceptamos la radical inestabilidad del concepto de "terrorismo", en los términos acabados de describir, no ocurrirá tan sólo -que también- que el uso del término sea arbitrario y asimétrico; o que se aplica de forma abusiva. Por el contrario, si el concepto es tan inestable, y está tan datado (y condicionado) desde el punto de vista histórico-social como parece, entonces hay que pensar que buena parte de los discursos acerca del "terrorismo" pierden buena parte de su virtualidad, por constituirse en mera retórica, en mera ideología. Porque sólo retórica e ideología son discursos que versan acerca de realidades inexistentes.
De manera que las anteriores consideraciones (disolventes, en verdad) no sólo han de afectar a los discursos más conservadores o autoritarios en torno al "fenómeno" del "terrorismo", sino a todos. Así, para empezar, incluso quienes intentan elaborar una dogmática limitadora, a la hora de interpretar y aplicar las figuras delictivas (y, en general, las normas jurídicas) relativas al "terrorismo", estarían incurriendo en algo que podríamos denominar (con permiso de Norberto Bobbio) de auténtico "positivismo ontológico": no sólo por -como ocurre con el positivismo ideológico- dar por buenas las valoraciones morales del legislador; sino por, ante todo, dar por verdaderamente existentes las realidades de las que el legislador predica la existencia.
Más aún, habria que poner en cuestión, en general (y ello parece aún más relevante), todos los discursos "críticos": aquellos que pretenden cuestionar los usos más excesivos, que intentan poner en cuestión las estrategias más cuestionables moral y políticamente, etc. Porque, a lo mejor, el "terrorismo" no existe: no es más que un fenómeno ideológico. Y, entonces, aun l@s más crític@s de entre nosotr@s, estaremos contribuyendo, también con nuestras críticas, a consolidad la apariencia de realidad de ese evanescente fantasma.