X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

viernes, 28 de diciembre de 2012

David Simon/ Ed Burns: The corner


Otro libro de non-fiction (reportaje) de David Simon, esta vez en colaboración con Ed Burns. (Hay edición española en Principal de los Libros, 2011.) Esta vez, acerca del fenómeno del tráfico de drogas en las ciudades norteamericanas (en Baltimore, en concreto).

Es especialmente interesante, no obstante, el enfoque del libro (por lo demás, más legible, en el plano estrictamente literario, que Homicide). Pues, en efecto, aunque sería posible entenderlo como un alegato en contra de la política criminal prohibicionista (puesto que viene a reiterar, una vez más, lo sabido: que la represión del tráfico y del consumo de drogas es, en tanto que política criminal, un fracaso estrepitoso), lo cierto es que en realidad el reportaje -fruto de convivir durante cuatro años con sus protagonistas- se concentra ante todo en la descripción de la vida de un barrio dominado por el fenómeno de la adicción a las drogas (ilegales), con todas las consecuencias, sociales y psicológicas, que ello conlleva para la comunidad y para sus individuos.



En este sentido, lo que viene a describir y a narrar The corner no es tanto el hecho (criminológico) del tráfico de drogas cuanto el hecho (sociológico) de que existen comunidades casi completamente configuradas en torno al fenómeno del consumo y adicción a drogas ilegales y caras. Comunidades abandonadas al consumo y a la adicción, así como a todas las consecuencias (en términos de desestructuración comunitaria y de sufrimiento personal) que ello acaba por conllevar.

En este contexto, el tráfico de drogas, así como la represión policial del mismo, no constituyen sino elementos colaterales del panorama social descrito. Pues lo cierto es que tanto el uno como la otra dependen del hecho de que exista esa comunidad dedicada al consumo adictivo de drogas tóxicas. Así, David Simon y Ed Burns vienen a poner de manifiesto cómo, en un contexto social de esta índole, las políticas de bienestar social (asistencia social) del Estado están abocadas a fracasar, como lo están también las estrategias puramente represivas,y aun las preventivas.

Porque, en realidad (y esto queda escasamente remarcado en la narración, aunque es fácil atisbarlo en su trasfondo),  el hecho social del consumo masivo y adictivo de drogas tóxicas ilegales tiene poco que ver tanto con el tráfico como con la represión; como, desde luego, con la asistencia social. Tiene que ver, más bien, con el racismo, con la injusticia social y con la escasez de oportunidades que ciertos sectores de las clases populares hallan para la promoción social, dentro del marco del capitalismo (aquí, del norteamericano) contemporáneo. Con la búsqueda de "salidas" (imaginarias) a situaciones sociales que carecen, objetivamente, de salida. Negro sobre blanco: para un(a) emplead@ precari@ con un salario escaso, con una muy limitada dotación de servicios sociales y culturales a su disposición y sin posibilidad de prever algún momento en el que pueda abandonar tal situación, convertirse en una persona adicta a ciertas drogas puede parecerle -y serlo, de hecho- una decisión racional.

Se presenta, de este modo, el fenómeno de las "comunidades abandonadas": por el Estado, por sus propios habitantes (cuando tienen la oportunidad de hacerlo). Dejadas "a su propia suerte", excepto en lo que respecta al control social (que el estado moderno nunca renuncia a ejercer, en alguna medida). Y que se desarrollan de un modo que sigue una "lógica" propia: carente de cualquier forma racional de gobernanza, abandonada a la interacción social (cuasi-)espontánea: de adict@s y traficantes (y de sus niñ@s, y ancian@s, y enferm@s,...), regidos por normas sociales que surgen de forma también espontánea (en buena medida, dominadas por una "moralidad del más fuerte", aunque -como los autores agudamente señalan- también en ocasiones poseedoras de ciertas reservas de reciprocidad, respeto y benevolencia). En las que el Estado (e incluso, en general, los grandes poderes sociales) se limitan a fijar el marco, los límites que no deben ser franqueados: a través de la represión policial, orientada principalmente a mantener un cierto grado de control del territorio (del espacio público, en particular) y a reducir a cotas "aceptables" la violencia más perceptible; y a través de los limitados recursos que se ponen a disposición de la comunidad, que aseguran la supervivencia, y poco más.

Simon y Burns hablan de Baltimore. Lo podrían haber hecho, igualmente, de muchas otras ciudades norteamericanas, o latinoamericanas, con problemas similares. Y de las africanas y asiáticas. Y, aun en Europa, de las banlieues francesas o de otros tantos guetos. Puesto que se trata, de hecho, de un fenómeno global (aun si posee peculiaridades específicas, en cada zona del mundo) de la traslación del capitalismo contemporáneo a los espacios urbanos. (Hay un excelente estudio global sobre el tema del geógrafo nortemericano Mike Davis, Planet of slums.)


Más publicaciones: