Acabo hoy de leer esta novela, la última que escribió Thomas Hardy. Me ha impresionado su capacidad para poner, negro sobre blanco, las (variadas) formas en las que el poder enraíza en el ser humano.
Como es sabido, en efecto, la novela narra la historia de Jude Fawley, de sus ilusiones, de su intento de ser siempre sincero y honesto, consigo mismo y con las personas que le rodean. Y de cómo tal intento acaba en el más estrepitoso de los fracasos: no sólo sus ilusiones -espirituales, intelectuales- se ven completamente perdidas, no siendo nunca capaz, a causa de su origen social, de salir de su condición menesterosa, sino que, además, su honestidad le enfrentan a una sociedad circundante incapaz de comprenderle, en la que tod@s intentan utilizarle. ¡Aun quienes le aman (su prima Sue, señaladamente) acaban por herirle y abandonarle, demasiado impotentes para hacer frente a la presión, social y moral!
Es de destacar, particularmente, cómo la novela presenta el modo en que el poder actúa sobre nosotr@s desde dentro: no sólo a través de las actuaciones coercitivas llevadas a cabo por terceros (lo cual, ciertamente, a veces es ya suficiente para hacernos claudicar -pero sólo a veces, en otras ocasiones hallamos la energía y la oportunidad para rebelarnos frente a las mismas). Sino, además (y, tal vez, sobre todo), incidiendo sobre nuestros propios pensamientos y sobre nuestra propia conciencia moral: consiguiendo trastocar nuestros motivos y, con el miedo que en nosotr@s provoca (no importa tanto si, como en la novela, se trata de miedo a la condenación eterna, o bien de miedo a no ser aceptados socialmente, a no "dar la talla" como miembros de la comunidad, a "fracasar", etc.). De manera que, al cabo, terminemos dando por bueno y deseado aquello que en realidad nuestro carácter y nuestras creencias primigenias encontraban aborrecible.
¿Cabe salir de esta trampa, de un modo individual (puesto que, obvio es decirlo, la solución más radical pasa por transformar las estructuras de poder, para volverlas más justas y menos opresivas)? La mitología ilustrada afirma que sí, que a través del autoconocimiento y de la crítica ello resulta posible. Conviene, no obstante, hacerse cargo de las limitaciones que tal solución posee: no sólo por la dificultad material que conlleva (de hecho, un personaje como Jude Fawley tenía, por su origen social, prácticamente vedado acceder a los más finos recursos intelectuales de la crítica), sino, también, porque presupone una visión optimista acerca de los límites de la mente humana, que la experiencia empírica no parece acreditar. Y es que incluso la crítica necesita un basamento en el que apoyarse: ¿y qué ha de ocurrir, entonces, cuando tal apoyo ha sido construido también a base de ladrillos proporcionados desde el poder?
Como es sabido, en efecto, la novela narra la historia de Jude Fawley, de sus ilusiones, de su intento de ser siempre sincero y honesto, consigo mismo y con las personas que le rodean. Y de cómo tal intento acaba en el más estrepitoso de los fracasos: no sólo sus ilusiones -espirituales, intelectuales- se ven completamente perdidas, no siendo nunca capaz, a causa de su origen social, de salir de su condición menesterosa, sino que, además, su honestidad le enfrentan a una sociedad circundante incapaz de comprenderle, en la que tod@s intentan utilizarle. ¡Aun quienes le aman (su prima Sue, señaladamente) acaban por herirle y abandonarle, demasiado impotentes para hacer frente a la presión, social y moral!
Es de destacar, particularmente, cómo la novela presenta el modo en que el poder actúa sobre nosotr@s desde dentro: no sólo a través de las actuaciones coercitivas llevadas a cabo por terceros (lo cual, ciertamente, a veces es ya suficiente para hacernos claudicar -pero sólo a veces, en otras ocasiones hallamos la energía y la oportunidad para rebelarnos frente a las mismas). Sino, además (y, tal vez, sobre todo), incidiendo sobre nuestros propios pensamientos y sobre nuestra propia conciencia moral: consiguiendo trastocar nuestros motivos y, con el miedo que en nosotr@s provoca (no importa tanto si, como en la novela, se trata de miedo a la condenación eterna, o bien de miedo a no ser aceptados socialmente, a no "dar la talla" como miembros de la comunidad, a "fracasar", etc.). De manera que, al cabo, terminemos dando por bueno y deseado aquello que en realidad nuestro carácter y nuestras creencias primigenias encontraban aborrecible.
¿Cabe salir de esta trampa, de un modo individual (puesto que, obvio es decirlo, la solución más radical pasa por transformar las estructuras de poder, para volverlas más justas y menos opresivas)? La mitología ilustrada afirma que sí, que a través del autoconocimiento y de la crítica ello resulta posible. Conviene, no obstante, hacerse cargo de las limitaciones que tal solución posee: no sólo por la dificultad material que conlleva (de hecho, un personaje como Jude Fawley tenía, por su origen social, prácticamente vedado acceder a los más finos recursos intelectuales de la crítica), sino, también, porque presupone una visión optimista acerca de los límites de la mente humana, que la experiencia empírica no parece acreditar. Y es que incluso la crítica necesita un basamento en el que apoyarse: ¿y qué ha de ocurrir, entonces, cuando tal apoyo ha sido construido también a base de ladrillos proporcionados desde el poder?