Enrique Urbizu es, qué duda cabe, uno de los mejores directores de cine españoles. Su capacidad para expresar a través de las imágenes historias, personalidades (de sus personajes) e imaginarios enteros resulta, en efecto, notable.
En este aspecto, No habrá paz para los malvados no decepciona. Se trata de un clásico (en todos los sentidos de la palabra) thriller, anclado en las más broncas muestras del género de los Estados Unidos de los sesenta y setenta del siglo pasado, pero trasladado a la realidad hispánica. Brillante en lo visual, con un guión perfectamente clásico, que atrapa a l@s espectador@s, con una interpretación admirable de José Coronado en el papel protagonista de Santos Trinidad y con ajustadas prestaciones del resto de intérpretes (a años luz, no obstante, del lucimiento de Coronado). Forzándonos a contrastar la vía de la legalidad (encarnada por la juez Chacón -Helena Miquel) con la la ilegalidad, que encarna el protagonista.
Ocurre, empero, que la película de Urbizu es clásica en el mejor (cohesión narrativa, brillantez visual), pero también en el peor de los sentidos: junto con todo el imaginario del thriller de los 70, hereda igualmente su ambiguo, y cuestionable, planteamiento ideológico. Lo que hace que esta película se halle, según mi parecer, a años de luz de la anterior de serie negra que Urbizu había realizado, La caja 507: aquella, también un dechado de negrura; mas bastante más hiriente en el tratamiento del fondo de la historia narrada, en cuanto que allí se mostraba mejor el estado de una sociedad abismada en la corrupción, que sólo por casualidad sale a la luz y vuelve manifiesto el daño que causa -usualmente, de modo callado- a las "personas de a pie". Aquí, por el contrario, se opta por una solución narrativamente fácil (por más que esté brillantemente articulada desde el punto de vista visual). Que, a su vez, conlleva un discutible discurso ideológico de fondo.
Veámoslo, no de forma teórica, sino -como procede- a partir de la forma que la narración cinematográfica adopta. En su crítica de la película (en Cahiers du Cinéma-España nº 48, septiembre 2011), Carlos F. Heredero apunta, muy certeramente, que la narración pasa, en un momento dado, de los dos puntos de vista que hasta ese momento han imperado en ella (el de Santos Trinidad y el de la juez Chacón), a un tercero: el de los miembros del grupo armado fundamentalista islámico, que prepara unos atentados. Heredero califica tal cambio de punto de vista de "discutible", sin profundizar en tal valoración. Y sin lograr -en la entrevista al director que publica a continuación- que Enrique Urbizu justifique verdaderamente tal operación narrativa.
Y, sin embargo (añado yo), este cambio de punto de vista no es en absoluto inocente desde el punto de vista discursivo (e ideológico). Pues, de este modo, mediante este artificio el/la espectador(a) racional se ve, casi imperativamente, obligado a ponerse al lado de Santos Trinidad (en la vía de la actuación policial ilegal, pues) y en contra de quienes preparan los atentados contra personas no combatientes. Excluyendo, con ello, cualquier tercera alternativa. El policía corrupto y violento se ha convertido así en el héroe, en el salvador. Y el/la espectador(a) se ha colocado a su lado: frente a "los malvados".
¿No es esta una operación netamente ideológica? Puesto que, de hecho, se trata ante todo de una representación: es posible, pero inverosímil, que un policía corrupto a la busca de un testigo de sus tropelías se encuentre con una conspiración terrorista, lo es más que al intentar acabar con él destruya tal conspiración,... Enrique Urbizu, sin embargo, nos presenta tal situación, nos hace entrar en ella e identificarnos con el protagonista de su narración. Y ello no es nunca -no puede serlo- inocente.
En este aspecto, No habrá paz para los malvados no decepciona. Se trata de un clásico (en todos los sentidos de la palabra) thriller, anclado en las más broncas muestras del género de los Estados Unidos de los sesenta y setenta del siglo pasado, pero trasladado a la realidad hispánica. Brillante en lo visual, con un guión perfectamente clásico, que atrapa a l@s espectador@s, con una interpretación admirable de José Coronado en el papel protagonista de Santos Trinidad y con ajustadas prestaciones del resto de intérpretes (a años luz, no obstante, del lucimiento de Coronado). Forzándonos a contrastar la vía de la legalidad (encarnada por la juez Chacón -Helena Miquel) con la la ilegalidad, que encarna el protagonista.
Ocurre, empero, que la película de Urbizu es clásica en el mejor (cohesión narrativa, brillantez visual), pero también en el peor de los sentidos: junto con todo el imaginario del thriller de los 70, hereda igualmente su ambiguo, y cuestionable, planteamiento ideológico. Lo que hace que esta película se halle, según mi parecer, a años de luz de la anterior de serie negra que Urbizu había realizado, La caja 507: aquella, también un dechado de negrura; mas bastante más hiriente en el tratamiento del fondo de la historia narrada, en cuanto que allí se mostraba mejor el estado de una sociedad abismada en la corrupción, que sólo por casualidad sale a la luz y vuelve manifiesto el daño que causa -usualmente, de modo callado- a las "personas de a pie". Aquí, por el contrario, se opta por una solución narrativamente fácil (por más que esté brillantemente articulada desde el punto de vista visual). Que, a su vez, conlleva un discutible discurso ideológico de fondo.
Veámoslo, no de forma teórica, sino -como procede- a partir de la forma que la narración cinematográfica adopta. En su crítica de la película (en Cahiers du Cinéma-España nº 48, septiembre 2011), Carlos F. Heredero apunta, muy certeramente, que la narración pasa, en un momento dado, de los dos puntos de vista que hasta ese momento han imperado en ella (el de Santos Trinidad y el de la juez Chacón), a un tercero: el de los miembros del grupo armado fundamentalista islámico, que prepara unos atentados. Heredero califica tal cambio de punto de vista de "discutible", sin profundizar en tal valoración. Y sin lograr -en la entrevista al director que publica a continuación- que Enrique Urbizu justifique verdaderamente tal operación narrativa.
Y, sin embargo (añado yo), este cambio de punto de vista no es en absoluto inocente desde el punto de vista discursivo (e ideológico). Pues, de este modo, mediante este artificio el/la espectador(a) racional se ve, casi imperativamente, obligado a ponerse al lado de Santos Trinidad (en la vía de la actuación policial ilegal, pues) y en contra de quienes preparan los atentados contra personas no combatientes. Excluyendo, con ello, cualquier tercera alternativa. El policía corrupto y violento se ha convertido así en el héroe, en el salvador. Y el/la espectador(a) se ha colocado a su lado: frente a "los malvados".
¿No es esta una operación netamente ideológica? Puesto que, de hecho, se trata ante todo de una representación: es posible, pero inverosímil, que un policía corrupto a la busca de un testigo de sus tropelías se encuentre con una conspiración terrorista, lo es más que al intentar acabar con él destruya tal conspiración,... Enrique Urbizu, sin embargo, nos presenta tal situación, nos hace entrar en ella e identificarnos con el protagonista de su narración. Y ello no es nunca -no puede serlo- inocente.