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viernes, 13 de mayo de 2011

Juan Goytisolo: Paisajes después de la batalla


"La meta es el desdén: (...) una crónica burlona y sarcástica (...) de la minuciosa exposición de las ideas cliché de la época que configuran poco a poco el mapa universal de la idiotez."

Deseoso de leer El exiliado de aquí y allá (por su relación con el tema del tratamiento literario del "terrorismo"), he estado estos días pasados releyendo esta otra novela de Juan Goytisolo (publicada en 1982), de la que aquella es continuación (o, cuando menos, de ella se deriva).

De entre las novelas que nos narran algo relevante (dejo a un lado, por supuesto, los productos literarios en serie), siempre he distinguido tres categorías: hay algunas que son puro divertimento, narración gratuita; hay otras que pretenden penetrar en la realidad, revelarla; y las hay, en fin, que me parecen puro grito, del autor (o de su grupo social, o de su época), que revolotean en torno a una realidad que inquieta, pero que no son capaces de penetrarla. Puedo poner tres ejemplos paradigmáticos: Wilkie Collins me parece esencialmente un narrador puro; los grandes novelistas decimonónicos (Tolstoi o Dostoievski, por ejemplo) y algunos modernos (Faulkner, Kafka, Thomas Mann o el nouveau roman) pretenden penetrar y revelar la realidad; y, en fin, autores como Celine o Henry Miller son fundamentalmente gritadores.

A mí, como lector, me interesa sin duda ante todo la segunda de las categorías. Y, ahora, cuando he vuelto a enfrentarme a la novela de Goytisolo, me he decepcionado un tanto, pues la he hallado más bien en la tercera. Sin duda, es válido. Mas es limitado, en cuanto a su alcance.

En efecto, so capa de un juego literario, ligeramente -¡atención a los adverbios!- polifónico, pasablemente humorístico y lúdico, Goytisolo viene a expresar, ante todo, una desazón: desazón ante un mundo extraño, en el que las transformaciones sociales y de los imaginarios colectivos parecen dar a luz una mentalidad apocalíptica. Mentalidad en la que vivimos instalados, ya desde entonces.

Y, sin embargo, el lector atento echaría de menos, más allá del juego, un intento de penetrar en esa mentalidad: intento como el que -por ejemplo- emprende siempre Don DeLillo, en sus novelas. Intento que, aun si fracasa, siempre acaba por revelar algo importante de dónde estamos, y por qué. Eso he echado de menos en la novela que acabo de leer.

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