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martes, 15 de febrero de 2011

Ideologías y normas sociales vividas: un poco de sociología de salón


Creo que a toda persona europea que viaje con alguna frecuencia a través de América Latina le habrá llamado la atención, como a mí, el contraste evidente entre ciertas ideas y valores que se proclaman y aquellos con los que efectivamente se vive.

(Por lo demás, es obvio, esto no es patrimonio exclusivo de América Latina: en Europa Occidental, vivimos con los derechos humanos y la democracia todo el día en la boca, mientras que, de hecho, llevamos malamente ambos fenómenos, aun entre nosotr@s mism@s –para qué hablar de cuánto nos importan en verdad la democracia y los derechos humanos en los demás lugares del mundo. No obstante, hablaré aquí tan sólo de América Latina, por creer que mi visión de observador extraño podría aportar alguna reflexión de interés más general, aplicable a todas las culturas.)

Escucho una, dos, tres, diez, cien canciones: todas hablan de amor romántico, en diversas facetas. Y, sin embargo, cualquiera puede observar que los patrones de interacción sexual (heterosexual) en América Latina son, en general (al menos por parte de los varones), todo lo contrario que lo que ese canon (ideológico) del amor romántico presenta como modelo ideal: frente a la fidelidad, promiscuidad y espíritu de conquista; frente al compromiso, oportunismo;…

Otro tanto podríamos observar si en vez de sexualidad hablásemos de familia (exaltación de un modelo familiar tradicional –familia extensa-, frente a la práctica usual de los varones de desentenderse de sus responsabilidades familiares), de patriotismo o de religión (católica).

Entiéndaseme: no estoy pretendiendo apuntar con el dedo a ninguna peculiaridad latinoamericana, menos aún para generar culpabilidad. Sería esta la reacción del racista. No, mi interés es ser capaz de observar en América Latina, por su extrañeza, aquello que, estoy seguro, está presente en todas las culturas. También en la mía.

Me parece obvio que esta proclamación de ideas falsas (por no vividas) cumple algunas funciones sociales importantes. La primera, desde luego, es la de toda ideología: generar una falsa situación de seguridad de las creencias y (falsamente) de las prácticas sociales. “Sí, yo no he actuado como dice la canción, pero es lo que desearía, es lo que todo el mundo quiere. La próxima vez lo haré mejor". ¿Hay algo más consolador que pensar que existen valores y normas efectivamente compartidas por todos (y que acabarán por imponerse)?

En segundo lugar, las normas sociales puramente ideológicas tienen otra función aún más práctica: sirven para segregar y para normalizar. Es posible que yo no sea el amante romántico de las canciones, que sea infiel, que maltrate a mi esposa… Pero, desde luego, me estoy esforzando para aproximarme al modelo. Nada que ver con –por ejemplo- esos “putos” (homosexuales), que siguen otras normas, aberrantes.

Por fin, la tercera función posible, más dudosa, es la de producir prácticas de poder social, generando así prácticas sociales (configuradas desde el poder) inspiradas por los valores y normas en cuestión. En Europa, por ejemplo, es evidente que la ideología de la democracia y de los derechos humanos (en su versión occidentalista: democracia liberal, derechos civiles y (algunos) políticos) disciplina las prácticas sociales (y los imaginarios) de algunos grupos sociales. Es decir, aun cuando de hecho nadie siga plenamente las normas en cuestión (imposibles de seguir, puramente ideológicas), sí es cierto que hay grupos sociales –e individuos- que intentan tomarlas como criterio de orientación de sus acciones. Y, por consiguiente, en este sentido, las normas ideológicas también configuran (es decir, contribuyen –entre otros factores causales- a configurar) sus prácticas sociales.

Dicho en plata: aun cuando resulte evidente que la ideología occidentalista de la democracia y de los derechos humanos es eso, pura ideología, existen personas y grupos que la han adoptado como su guía de orientación. Muchos activistas del movimiento de derechos humanos, por ejemplo, que mantienen un concepto “humanista” (esto es, no político –quiero decir: no explícitamente político, sino subrepticiamente conservador) de los derechos humanos se hallan en este caso.

Mi pregunta sería, entonces: ¿es posible que unas normas sociales puramente ideológicas carezcan de cualquier potencialidad (mínimamente relevante) disciplinaria, es decir, que sean vividas por (prácticamente) todos los individuos y grupos sociales como algo ideal, pero no aplicable (no, cuando menos, a ellos mismos)? (Las matizaciones entre paréntesis obedecen a que, si hablamos de cuestiones de índole macro-sociológica, como es el caso, creo que podemos prescindir de la posibilidad –imposible de excluir por completo- de que uno o varios individuos (que constituyen un porcentaje estadísticamente despreciable del universo estudiado) se dejen motivar en cualquier caso por la norma social puramente ideológica.)

Yo diría que es posible. Más aún, diría que hay sociedades tan integradas (pero aquí, y en contra de Talcott Parsons y de la tradición funcionalista, no se trata de una virtud, menos aún de una característica espontánea: se trata más bien de sociedades completamente dominadas –y, por ello, plenamente integradas) que en las mismas es posible realizar una separación tajante, comúnmente compartida (repito la observación: compartir no implica necesariamente aceptar libremente), entre normas sociales vividas y normas sociales proclamadas (con efectos puramente ideológicos). Mientras que hay otras en las que la dominación no resulta tan exhaustiva y una separación tan radical no resulta posible, dado que habrá –como apuntaba- individuos y grupos sociales, en cantidades estadísticamente relevantes, que acojan la norma (vista en el imaginario social hegemónico como) puramente ideológica como norma social efectiva, vivida. Y, por ello, será prácticamente imposible mantener la separación tajante sin costes importantes en términos de conflictividad social.

América Latina sería, en este sentido, un caso extremo: porque podríamos decir que únicamente grupos sociales muy marginales han pretendido acoger la norma social puramente ideológica como guía efectiva para su acción. Señaladamente, la izquierda latinoamericana: que, en general, ha sido la única que ha intentado –y, a veces, conseguido- ser verdaderamente patriota, verdaderamente religiosa, verdaderamente romántica,… Es decir, que se ha creído, e intentado aplicar, aquello que las normas en cuestión proclamaban.

Claro que, ¿cómo acabó esa izquierda que pretendía ser éticamente coherente? En los chupaderos y en las fosas comunes. No cabe duda, América Latina goza de una integración social inmejorable… ¿Para cuándo la nuestra?

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