En este libro (Alianza Editorial, Madrid, 1991) Norman Bryson lleva a cabo la disección más penetrante que conozco de las estructuras (imaginarias) subyacentes a la estética del realismo visual. Una estética que, precisamente por su aparente (y pretendida) "naturalidad", tiende a resultar elusiva, cuando se intenta conceptuarla (cayéndose fácilmente en la banalidad, en el idealismo o en la ideologización).
Bryson pone de manifiesto cómo existe una señalada deformación ideológica en la forma en la que usualmente es abordado el arte realista. Primero, por la focalización sobre el momento de la percepción de la imagen, como si tal momento y tal fenómeno resultasen ya suficientes para explicar el arte realista. Parecería, en segundo lugar, que se trata tan sólo de percibir del mejor modo posible. Y de que dicha percepción se produce a través de una suerte de fenómeno meramente especular. Por fin, Bryson rechaza también la idea de que lo que el pintor realista pretende es ajustarse, en la mayor medida posible, a un esquema ideal (que constituiría la máxima fidelidad a esa "copia esencial" que se pretende percibir). En este sentido, apunta que muchas posiciones marxistas que apuestan por un determinismo económico extremo (el arte como mera superestructura, mera manifestación ideológica) acaban en un punto muy semejante, en lo que respecta al tratamiento del arte mismo (no, claro está, de sus circunstancias y causas) que la teoría idealista.
Frente a esta teoría idealista del arte y de la imagen, Bryson apuesta por una teorización materialista. En una teoría materialista, el arte no es sólo percepción, sino también praxis: fabricación. En una teoría materialista, el signo visual se halla siempre en una posición ambigua, entre las diferentes praxis (de la producción, de la significación, de la percepción, de la utilización). No es, pues, reductible a esquemas ideales. Pero tampoco a puro "humo" ideológico, como pretendería el materialismo vulgar. Antes al contrario, el signo visual siempre ocupa una posición precaria: porque lo que denota depende de las estructuras sociales de lo imaginario. Pero porque, además, siempre connota también. Pero dicha connotación no es libre, sino que está irremediablemente mediada por los discursos coexistentes en el espacio social. Y, por ello, por los poderes que lo surcan y (re-)configuran.
Así, las prácticas significantes resultan siempre (aun las más realistas) creativas, por cuanto que, a través de la connotación, tienden -potencialmente, al menos- a superar el mero estereotipo, el mero tópico, para producir reconfiguraciones significativas. Reconfiguraciones que, por supuesto, no depende exclusivamente de la intención del creador, sino de la trabazón que tiene lugar entre la connotación inevitable e inherente al signo visual realista y los discursos (¡y los poderes!) que transitan por la sociedad.