Jean-Pierre Melville no decepciona: como era de esperar, su visión de la resistencia francesa resulta muy lejana de cualquier cántico triunfalista, de esa (falsa) "épica" a la que el simplismo de cierto (mal) cine clásico de raigambre norteamericana nos ha acostumbrado, deformando nuestra mirada.
Sí, los miembros de la resistencia son héroes. Pero son héroes (un poco al modo de los de John Ford -aunque sin la retórica lírica con que a estos adereza el director norteamericano) no por sus victorias, sino por lo honorable de sus fracasos, y lo inalterable de su determinación de llevarlos hasta al final, sin rendirse.
Más allá de la hermosura de esta tersa épica de la dignidad y de la firmeza, pero también de la amargura, del luchador y de la luchadora (que fracasa) por una causa, creo que nos hallamos ante una de las representaciones más realistas del ambiente psicológico y moral en el que, necesariamente, ha de moverse el guerrillero y la guerrillera: aun el mejor, aun el más dedicado y menos sectario, combate entre las sombras -así reza el título de la película-, atisba tan sólo a su enemigo, muere en la ignorancia y en el abandono, muchas veces por nada (por ningún resultado políticamente apreciable, tan sólo por preservar la esperanza, el futuro, la posibilidad). Nada, pues, brillante (en el sentido militarista usual); tan sólo trágico, aunque tantas veces necesario.
(Creo que, en este sentido, es la película notablemente superior a otra de temática semejante -y, por lo demás, también estimable: Hangmen also die!, dirigida por Fritz Lang, a partir de un guión de Beltolt Brecht. Que, a mi entender, peca de un exceso de didactismo político -bienintencionado, sin duda, pero escasamente esclarecedor.)