En la secuencia siguiente (extraída de City Lights (1931) se condensa en buena medida el secreto del tratamiento cinematográfico característico del cine de Charles Chaplin:
Desde el punto de vista visual, en efecto, la cámara es capaz de crear un espacio (cuasi-)autónomo, en el que las escenas se suceden con una dinámica dramática propia: la esquina ocupada por la florista es aislada, reencuadrada y explorada por los movimentos de cámara. Y ni estos últimos ni el montaje varían en ningún momento esta composición del espacio. Se configura así el lugar -un lugar característico- del drama.
Allí, desde el punto de vista dramático, tiene lugar un detallado intercambio de miradas, de gestos y de (adivinadas) palabras, que, exploradas por la cámara, consolidan una relación entre los personajes. Salimos de la secuencia, en efecto, con la idea de que una relación humana, entre el mendigo y la florista, ha nacido.
Por fin, desde el punto de vista narrativo, Chaplin maneja con maestría la combinación genérica de comedia y drama que resulta tan característica de su cine. Todo es en principio, aparentemente, entre dramático y romántico... mas ello no impide que lo ridículo -lo cómico- aflore. Porque, como la vida humana, también su representación pretendidamente fiel ha constituirse en la ambigüedad, en la ambivalencia resultantes.