Se ha dicho muchas veces, pero conviene no olvidarlo: en los años 20 del pasado siglo, el cine mudo había llegado a unas cumbres de expresividad difícilmente rebasables. Todo ello cambió, claro está, con la introducción del cine sonoro. Sin embargo, es preciso recordar -hoy, quizá, más que nunca- que el cine es, ante todo, una forma visual de narración: audiovisual, desde luego, pero -si fuera necesario elegir- antes visual que otra cosa. No debería, pues, bastarnos -como tantas veces nos conformamos- con que la narración mostrada resulte (más o menos) inteligible. Antes al contrario, deberíamos exigir, por razones estéticas (que no son solamente razones sensoriales -de agrado-, sino también razones cognoscitivas: de obtener verdad -fenomenológica- revelada, a través de las formas empleadas para significar, para mostrar), que las formas -aquí, las visuales- resultasen verdaramente reveladoras.
Todo esta reflexión viene a cuento de la reciente visión de All quiet on the Western Front, de Lewis Milestone (1930). Se trata, es sabido, de una conocida narración antibelicista, ubicada en el marco del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, historias antibelicistas hay muchas (algunas, bastante más radicales desde el punto de vista político: sin ir más lejos, Paths of glory). La cuestión relevante, sin embargo, es la forma en la que Lewis Milestone es capaz de presentar la experiencia de la batalla de infantería: muchos años antes (de que Steven Spielberg filmara Saving Private Ryan (y, obviamente, con muchísimos menos medios técnicos que él), Milestone es capaz de mostrarnos visualmente, recurriendo a los estilemas del cine mudo más elaborado, la experiencia bélica del modo trepidante y terrorífico que, al decir de muchos, revela su esencia. En efecto, mediante primeros planos de los rostos de los soldados aterrorizados, mediante los travellings que recorren las trincheras y el campo de batalla, que acompañan a los soldados en sus avances y retrocesos; mediante esta sencilla serie de recursos visuales, Milestone es capaz de sumergirnos en el infierno vivido por la "carne de cañón".
Al tiempo (y quizá no paradójica, sino coherentemente), Milestone hace un uso eminentemente moderno de la banda sonora: la película carece de música extradiegética, con lo que en su mayor parte sólo los diálogos y los ruidos (y la batalla es experimentada, en buena medida, a través de los ruidos que inquietan y aterran) están presentes. Acrecentando, así, la inquietud.
Un gran ejemplo, pues, de cómo es posible, con medios tecnológicamente muy limitados (por más que, desde luego, el presupuesto de la película fuese importante para la época), lograr una expresividad sin igual. Porque, por supuesto, de lo que se trata en realidad, a este respecto, es de las formas (visuales, sonoras, dramáticas) que la mostración adopte. Y de nada más.
Al tiempo (y quizá no paradójica, sino coherentemente), Milestone hace un uso eminentemente moderno de la banda sonora: la película carece de música extradiegética, con lo que en su mayor parte sólo los diálogos y los ruidos (y la batalla es experimentada, en buena medida, a través de los ruidos que inquietan y aterran) están presentes. Acrecentando, así, la inquietud.
Un gran ejemplo, pues, de cómo es posible, con medios tecnológicamente muy limitados (por más que, desde luego, el presupuesto de la película fuese importante para la época), lograr una expresividad sin igual. Porque, por supuesto, de lo que se trata en realidad, a este respecto, es de las formas (visuales, sonoras, dramáticas) que la mostración adopte. Y de nada más.