Two lovers acaba con una mirada directa a cámara de Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix). Acaba de saber que la mujer de la que estaba enamorado (Michelle Rausch: Gwyneth Paltrow) y con la que tenía planeado huir no va a acompañarle. Que, entonces, su proyecto de "construir una nueva vida" con esa mujer ha fracasado. Cobarde, como casi todos lo somos, no busca alternativas nuevas: regresa, por el contrario, al cariño seguro de la novia aprobada por la familia (Vinessa Shaw), a la vida "confortable" que le ha sido destinada.
Parecería, entonces, que esa mirada final constituye una apertura, hacia lo metafílmico: esto es, hacia más allá de la representación. Leonard (el cuerpo de Joaquin Phoenix, en realidad) nos está interpelando a nosotr@s, espectador@s. Una mirada de complicidad, una muda llamada de socorro, un gesto de desesperación,... No importa tanto ahora la interpretación de ese momento enigmático. Más importante es, me parece, el hecho de que la historia (melo-)dramática se ha vaciado ya, con el culmen al que ha llegado. Y que, a partir de tal momento, la mirada de Leonard/ Phoenix hacia nosotr@s (hacia mí) viene a disolver la representación de una narración -que tal ha sido, hasta ahí, la película-, para convertirse en apelación: parecería ser, ante todo, una pregunta. Una pregunta por el sentido: no, desde luego, de la película, ni de la narración que ella nos muestra. Más bien, creo, una pregunta por el sentido (ausente) de la existencia futura de Leonard Kraditor. Sentido y existencia que son también (como) las nuestras, lo que (y aquí es donde James Gray -narrador que, en apariencia, tanto por sus temas como por sus formas, podría parecer convencional- se distancia del grueso del cine de factura clásica) Joaquin Phoenix contribuye, al mirarnos, a poner en evidencia.