Me parece que esta película de Robert Wise constituye un ejemplo clásico para demostrar -por si aún hiciese falta- que el cine fantástico no es un género, sino una forma de narrar (con un determinado efecto -cognitivo, emocional- sobre el espectador(a)).
No se hace, pues (no sólo, al menos), con temas. No se hace tampoco siquiera solamente a través de la puesta en escena (recurriendo a ciertos estilemas: picados y contrapicados, música inquietante, decorados góticos, etc.). Antes al contrario, hay que lograr, debido a los temas y mediante la puesta en escena, provocar en el espectador(a) una cierta sensación de extrañamiento, que le haga afrontar otra realidad alternativa (otro mundo posible) y sentirse dentro de él, pero descentrado.
...lo que, evidentemente, Robert Wise, en esta película, está lejos de lograr. Así, una película como -por ejemplo- La avventura (Michelangelo Antonioni, 1960), aparentemente -conforme al canon- realista (por no hablar -por resultar casos más obvios- de las obras de David Lynch, David Cronenberg o Jacques Tourneur), posee un tono fantástico bastante más conseguido que esta historia de casas encantadas, completamente plana en su (chata versión del) realismo.
