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sábado, 23 de enero de 2010

"A serious man", de Ethan Coen y Joel Coen




El cine de los hermanos Coen ha sido siempre una especie difícil de clasificar: evidentes sus ínfulas posmodernas (estética del pastiche, alarde de infuencias del cine anterior a ellos, ironía no disimulada...), es, sin embargo, siempre trabajoso intentar delimitar en él -si es que ello no constituye una tarea vana en realidad- cuánto hay de reflexión seria acerca de la realidad, cuánto de comedia y sátira de situaciones sociales y de personajes... y cuanto, quizá, de burla al propia espectador (y a sus expectativas).

En su última película estrenada entre nosotr@s, estas dificultades de etiquetamiento resultan especialmente patentes. Se nos narra, en efecto, una historia tremendamente triste, la de Larry Gopnik (magnífico Michael Stuhlbarg), con una vida vulgar (profesor universitario con expectativas de ascenso, casado, con dos hijos, una casa), como tantas, en la que, no obstante, él es feliz... hasta que, de repente (y ahí comienza la película), parece que una oleada de infortunio pugna por asolarla, en todas las formas imaginables. Gopnik intenta comprender el sentido de lo que le está sucediendo, y recurre para ello tanto a la razón como a su ajada fe judía. Mas nada es capaz de dotar de sentido a su sufrimiento. Y la narración acaba cuando algunos de sus problemas parecen remitir, pero otros, quizá mayores aún, se vislumbran ya en el horizonte: como ese tornado amenazante, con el que la película termina.

Un argumento fuertemente connotado de existencialismo, como se puede ver (Tonio L. Alarcón -en Dirigido por..., nº 395- hablaba de una revisitación de la historia de Job... lo cual es más o menos lo mismo, aunque en clave religiosa). Aunque, claro está, para bien y para mal, .los hermanos Coen no son Ingmar Bergman: se limitan, entonces, a narrarnos el conjunto de situaciones ridículas en las que el sufrido Gopnik se va hallando, de humillación en humillación, mientras se debate para intentar asimilar cuanto le ocurre; y a hacernos ver cómo todas las personas que le rodean son exactamente tan ridículas (o -depende de cómo se mire- tan enternecedoramente indefensas ante los avatares de una existencia que, en realidad, es puramente azarosa) como lo es él. Y ello, con marcas de estilo ya habituales en ellos: particularmente, el recurso al énfasis visual (al -desde el punto de vista del estilo clásico- desequilibrio en la composición de los planos) como forma de caricatura mediante la cámara.

(Se ha hablado mucho, en las críticas de la película, de la sátira acerca de la cultura de las comunidades judías norteamericanas y del judaísmo. Tal vez es ello, sin embargo, cuanto más chirríe en la película... a mí, claro está, que, debido a mi completo desconocimiento -personal- de tales ambientes, lo he visto como una sátira de brocha gorda, algo extremada en sus tintes.)

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