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sábado, 5 de diciembre de 2009

Redbelt (David Mamet, 2008)


Confieso mi debilidad por el cine dirigido por David Mamet: grandes pequeñas historias (stories), en las que algunos personajes, en algunos ambientes reducidos, nos hablan de los más grandes sentimientos y dilemas, morales y existenciales, de la humanidad. No es cine prototípicamente made in Hollywood, tampoco es cine prototípicamente indie (menos aún, cine de autor, o experimental)... Es un cine modesto, de ese que en otras épocas prodigaban director@s como Joseph H. Lewis, Ida Lupino, Anthony Mann o Don Siegel (estos dos, en su primera época): cine serie B, pero con pretensiones.

La película que comento es una más en su línea de producción: una historia perfectamente entrelazada, en la que un protagonista (¡extraordinario Chiwetel Ejiofor!) ha de afrontar una situación compleja, pero, sobre todo, una decisión en la que su firmeza de carácter  y sus convicciones van a ser puestas a prueba. De ella, saldrá derrotado, desde el punto de vista de los demás, pero, desde su propio punto de vista, victorioso en realidad.

Diagnóstico cinematográfico:
  • Un guión excelente, como todos los suyos, tanto en la construcción de la trama como en la de los personajes. (Se echa de menos, acaso, algo más de atención a la intriga... aunque es cierto que la intriga es lo de menos en la película, que versa más sobre los ideales y sobre la fidelidad a los mismos. Para entendernos: los personajes le deben más a Capra, a Ford o a Walsh que al cine negro de Lang o de Hawks .)
  • Sin embargo, la dirección de la película es manifiestamente mejorable. Mamet nunca ha sido un gran director (es sobre todo un gran guionista) y en las películas en las que recurre a la construcción de escenas más complejas ello se pone de manifiesto con mayor crudeza. Aquí, ocurre cuando tiene que filmar y montar las escenas de lucha. En particular, en toda la última parte de la película, en la que el protagonista se enfrenta, en el combate definitivo, a través de una pelea con otro practicante del jujitsu, a toda la economía capitalista de la industria del espectáculo que intenta engullirle, uno echa de menos a un director como -cito tan sólo algunos ejemplos- Scorsese, John Woo, o a cualquiera de los maestros del cine de artes marciales de Hong Kong, que sin duda alguna habrían construido, mediante la fuerza visual de sus imágenes, toda una épica en torno a una situación que bien lo merece. Mamet, por el contrario, "desaprovecha" la situación. Tal es, sin embargo, también su grandeza: nunca cae en la tentación (porque no quiere... ¿o porque no puede, o sabe?) de hacer cine épico, aun cuando -como es el caso- sean grandes los sentimientos, pasiones y dilemas en los que sus personajes y su historia se ven sumergidos.




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