Coincido con tantos otros en recomendar esta película como, quizá, la mejor adaptación (muy infiel, empero) de la novela de Bram Stoker. Magníficamente dirigida -como siempre- por Terence Fisher, muy bien interpretada por Peter Cushing, Michael Gough, etc..
Y, sobre todo, coincido también en destacar la faceta física (fisiológica, casi) del vampirismo en esta película, más que en cualquier otra (producciones Hammer incluidas): aquí, Dracula (Christopher Lee) es ante todo un cuerpo que desea. (En The Addiction, de Abel Ferrara (otra de las grandes películas sobre el vampirismo), por el contrario, es más bien un cuerpo paciente -que padece.) Desea a otros cuerpos: su sangre, su posesión,... La metáfora sexual está, desde luego, servida (apenas velada), pero hay -me parece- algo más, aunque aquello fuese lo más evidente y chocante (y atractivo, de cara a la taquilla), especialmente en el momento del estreno. Hay, me parece, además una integral mostración del cuerpo como agente (¿sujeto?) deseante... Sólo que, claro está, el cuerpo deseante es visto como cuerpo corrupto, inmoral, que ha de ser destruido.
No estamos, pues, a mi entender, tan lejos de Spinoza y de Deleuze, dos de los más grandes pensadores acerca de la metafísica del deseo, y fundamentales para comprender la antropología filosófica de la contemporaneidad. (Y de Deleuze y Guattari, cuando reflexionan sobre la canalización y el control de los deseos en las sociedades contemporáneas.)