Thérèse Raquin nos cuenta, en definitiva, las dificultades e imposibilidades del deseo humano.
Una mujer, Thérèse, a la que le ha sido impedido desear, y un hombre, Laurent, indolente, que nunca deseó desear, se hallan. Y cada uno satisface los deseos del otro. Y ambos construyen un deseo común: el de estar el uno frente al otro y junto al otro. La realidad se les opone, sin embargo, en la persona del marido de Thérèse, Camille, por lo que deciden acabar con él, para hacer realidad su deseo común.
Pero nada es como en su imaginación parecía: cuando logran desembarazarse de Camille y casarse, estar juntos, como deseaban, su deseo se ha visto transformado por las acciones reales que tuvieron que llevar a cabo: el asesinato de Camille, el tiempo de espera y prudencia posterior, los temores que hubieron de soportar, les han alejado, han cambiado su deseo.
Juntos, intentan, no obstante, reencontrarlo. Mas es en vano. Sus nuevos deseos (ahora, otra vez, deseos separados) pasan ante todo por olvidar cuanto han tenido que hacer; y olvidar, además, que todo fue en vano, que su deseo común murió en el esfuerzo realizado para volverlo pleno. Se maltratan y torturan, entonces, ambos amantes, vanamente, intentando cada uno desprenderse así de la desesperación que sus denodados esfuerzos y la pérdida de su ilusión han engendrado en ellos.
Solamente al fin, en la última escena, Thérèse y Laurent vuelven a reconocerse (a amarse), a adoptar un nuevo y postrero deseo común: aceptando su derrota en el denodado esfuerzo que han realizado de hacer realidad su deseo común de apasionarse juntos, aceptan que tan sólo les queda morir, juntos. Y así lo realizan.
Una mujer, Thérèse, a la que le ha sido impedido desear, y un hombre, Laurent, indolente, que nunca deseó desear, se hallan. Y cada uno satisface los deseos del otro. Y ambos construyen un deseo común: el de estar el uno frente al otro y junto al otro. La realidad se les opone, sin embargo, en la persona del marido de Thérèse, Camille, por lo que deciden acabar con él, para hacer realidad su deseo común.
Pero nada es como en su imaginación parecía: cuando logran desembarazarse de Camille y casarse, estar juntos, como deseaban, su deseo se ha visto transformado por las acciones reales que tuvieron que llevar a cabo: el asesinato de Camille, el tiempo de espera y prudencia posterior, los temores que hubieron de soportar, les han alejado, han cambiado su deseo.
Juntos, intentan, no obstante, reencontrarlo. Mas es en vano. Sus nuevos deseos (ahora, otra vez, deseos separados) pasan ante todo por olvidar cuanto han tenido que hacer; y olvidar, además, que todo fue en vano, que su deseo común murió en el esfuerzo realizado para volverlo pleno. Se maltratan y torturan, entonces, ambos amantes, vanamente, intentando cada uno desprenderse así de la desesperación que sus denodados esfuerzos y la pérdida de su ilusión han engendrado en ellos.
Solamente al fin, en la última escena, Thérèse y Laurent vuelven a reconocerse (a amarse), a adoptar un nuevo y postrero deseo común: aceptando su derrota en el denodado esfuerzo que han realizado de hacer realidad su deseo común de apasionarse juntos, aceptan que tan sólo les queda morir, juntos. Y así lo realizan.
Cuesta, entonces, comprender por qué la señora Raquin (la madre de Camille, que ha descubierto el horror del adulterio y del asesinato), en esta escena final, está tan satisfecha por “su” venganza: cómo no comprende que el final de Thérèse y de Laurent parece representar más bien el final de las ilusiones, de todas las ilusiones, antes que cualquier vago remedo de justicia poética.