Se puede resumir en pocas palabras: un delirio pop. Olvidaos de la guerra mundial, del Holocausto, de la resistencia, de la lucha contra el fascismo,... No hay mensaje, solamente hay utilización de tópicos para revestir una película de acción (con toques de humor y un ligerísimo poso de romanticismo -entendido al modo de Hollywood, claro, y poco evidente, en todo caso). Pero de acción a la antigua: nada que ver con Michael Bay o con John McTiernan, más bien con el cine -mucho de él, también pop- bélico de los años sesenta y setenta. Divertida. Sin más.
Como casi siempre (Reservoir dogs sería la excepción... no en vano fue su primera película), las películas de Quentin Tarantino funcionan más por bloques que en conjunto. Aquí es brillante el episodio final en el cine, y lo es, aunque de otro modo, el anterior, el de la taberna. Los otros dos episodios (el inicial, de la muerte de l@s ciudadan@s judí@s escondidas, y el protagonizado por el grupo de norteamericanos judíos dirigidos por Brad Pitt -los inglorious basterds del título) resultan bastante irrelevantes, más allá de algunos brillantes diálogos (Tarantino siempre ha sido mejor dialoguista que cualquier otra cosa... y a veces eso se nota, para mal, por su abuso de la palabra hablada) y, claro, de dar cobertura narrativa al núcleo de la película, constituido por el tramo final (los episodios tercero y cuarto, que he mencionado).
En resumen: como siempre ocurre con Tarantino, la película se puede disfrutar si no se la toma en serio y si, además, uno no aspira a la unidad narrativa clásica. Nada más (y nada menos).