En Richard Jewell Clint Eastwood continua con su gloriosa serie de retratos de individuos ejemplares, enfrentados a un medio social mediocre, opresivo y manipulador. Hay quienes quieren ver en esta tendencia un mero trasunto en forma narrativa de la ideología más individualista (y, se suele añadir, reaccionaria), tan solo una fábula moralista. Y, sin embargo, me parece a mí que para quien no sea un “progre de salón” (de esos que –como hace ya tantos años señalara Pierre Bourdieu- utilizan su capital cultural para ubicarse en posición dominante dentro de la estructura social, rezumando moralina “políticamente correcta” y desprecio hacia la plebe que no comparten su “buen gusto”), narrar las vicisitudes de un trabajador no cualificado, precario e indefenso, arrojado a las fauces del interés de los poderes sociales (aquí, representados por unos medios de comunicación sensacionalistas, unas fuerzas de seguridad inquisitoriales y un imaginario colectivo ávido de hallar chivos expiatorios para las ansiedades y miedos omnipresentes en una sociedad –como la norteamericana- plural, dividida e injusta) y que intenta, a pesar de tenerlo todo en su contra, hacer valer sus derechos y su presunción de inocencia, no es precisamente una historia significativamente reaccionaria, sino más bien libertaria…