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jueves, 15 de marzo de 2018

The 15:17 to Paris (Clint Eastwood, 2018)


En The 15:17 to Paris, Clint Eastwood lleva a cabo una de las operaciones narrativas más arriesgadas que, como espectador, he podido contemplar (y disfrutar, dado su arrojo) en cine: se trata del intento de construir la narración de una historia que en sí misma resulta, por lo que hace a sus componentes temáticos, completamente convencional, pero renunciando para hacerlo a los usuales recursos propios de la retórica cinematográfica característica del estilo clásico (en el sentido del término indicado por David Bordwell en sus estudios al respecto).

En efecto, The 15:17 to Paris narra en principio una convencional historia de heroísmo: parecería obedecer a tópicos ideológicos tan manidos (y pueriles) como el del heroísmo concebido como la oportunidad para que el probo ciudadano común (norteamericano) demuestre las potencialidades virtuosas que una educación ordenada y una sumisión completa a los "valores cívicos" hegemónicos, propios del "buen ciudadano", conllevan. O, en otro sentido, el de la necesidad de estar constantemente dispuestos -precisamente, en tanto que "buenos ciudadanos"- a "defender la democracia", frente el mal (terrorista), siempre acechante, siempre temible...

Sin embargo, la clave estética de la obra no estriba en la representación de tal sarta de banalidades ideológicas (conservadoras), sino en la forma cinematográfica que el director elige para construir la narración de la historia que las contiene. Pues, desde este punto de vista, la película destaca sobremanera, a causa de la capacidad de Eastwood para prescindir de los habituales recursos de construcción dramática de una historia como la narrada: ni existe una elaboración de personajes propiamente unitarios desde la perspectiva del psiquismo que representan (personajes que, además, son interpretados por las mismas personas reales a las que representan), ni la historia posee una verdadera unidad causal, ni -en fin- cabe en realidad inferir alguna concepción relevante del mundo de sus imágenes y de las acciones que aquellas muestran.

Antes al contrario, la narración de The 15:17 to Paris transcurre a través de la mostración de una sucesión de anécdotas (en principio, apenas significativas), que trascurren plácidamente ante nuestros ojos (en el característico estilo visual, preciso y minimalista, del director), hasta las escenas decisivas -desde un punto de vista convencional- del enfrentamiento armado en el tren entre los héroes norteamericanos (de vacaciones) y el tentativo y fracasado terrorista. Mas, en realidad, ni las unas ni las otras son filmadas con el suficiente énfasis como para que quepa percibir algo de retórica, de discurso, en los simples hechos que transcurren en pantalla.

La sencillez del heroísmo, pero también su naturaleza esencialmente azarosa, aparecen, de este modo, representadas en la película como se debe, como se debería: ajustando los modos estéticos de la representación al discurso que se pretende, a través de ella, hacer valer. Algo tan simple en realidad, pero tan difícil de hallar en una película del cine comercial. Aquí, sin embargo, Clint Eastwood lo ha vuelto a hacer: ha vuelto a demostrar su capacidad para poner en forma cinematográfica (en la mejor de las formas) cualquier historia, y cualquier discurso en ella contenido. Y para hacerlo del modo estéticamente más idóneo, más respetuoso con el material dramático (e ideológico) del que parte.




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