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lunes, 30 de septiembre de 2013

Una cierta tendencia (despolitizadora) en el "biopic" político contemporáneo


Veía ayer Frost/Nixon (Ron Howard, 2008), una película que vale más bien poco, especialmente en lo que se refiere a lo que se supone que pretende contar: enésima versión, mal narrada, del "individualista emprendedor" (el presentador, David Frost -Michael Sheen) frente a la "masa con poca visión", con otro -otro más- rescate en el último minuto (inverosímil, por lo demás). Llama, no obstante, la atención en ella el modo en que es tratado el personaje de Richard M. Nixon (tan siniestro, en la realidad, tanto desde el punto de vista político como desde el moral), lo más interesante de la película: más allá de la excelente interpretación de Frank Langella, lo cierto es que el personaje del ex presidente es mostrado (como lo es en la obra teatral que se adapta, de Peter Morgan) como una suerte de (anti-)héroe trágico. Caído, a causa de su irrefrenable hybris; pero experimentando, en el proceso de entrevistas guiado por Frost, una suerte de anagnórisis, de autorreconocimiento, tanto de su vulnerabilidad cuanto de sus inmoralidades, así como de su derrota definitiva.