Hace una semanas, con motivo de haber visto The artist (Michel Hanavicius, 2011), reflexionaba brevemente acerca del atractivo estético del cine mudo. Allí, mencionaba dos factores: la luz y la representación de las pasiones.
Siendo esto cierto, ayer, contemplando Phantom, un excelente melodrama que Friedrich Wilhelm Murnau dirigió en 1922, pensé que las características objetivas antes citadas (que tienen que ver con rasgos propios de la materialidad de las creaciones cinematográficas silentes) no serían suficientes, si no fuera porque las mismas favorecen ciertas sensaciones peculiares en l@s espectador@s: peculiares, porque son distintas -al menos, en parte- de aquellas otras que provoca el cine convencional, sonoro.