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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Modos de la igualdad


"Volviendo a la cuestión de la igualdad, podríamos pensar que Nietzsche distingue dos formas de igualitarismo. A una de ellas la llamaremos «igualitarismo fáctico o real», esto es, un conjunto de estructuras o prácticas que reflejan la igualdad realmente existente, especialmente la igualdad de poder entre diferentes individuos o grupos. Así, en un momento del «Diálogo de los melios», Tucídides hace que los atenienses digan a los melios que las concepciones de la justicia, etcétera. están muy bien para las relaciones entre las ciudades que son más o menos iguales en poder, pero que no tienen ninguna razón de ser cuando esa igualdad no existe realmente (como ocurre entre los atenienses y los melios). La otra forma de igualitarismo es lo que se podría llamar igualitarismo «hipotético» o «adscrito» o «adscribible», que es el intento de reconocer como iguales incluso a aquellos que claramente no son iguales de hecho, tratarlos como si lo fueran, aunque no lo sean. Las discusiones sobre el «igualitarismo» dependen a menudo de desplazamientos entre los dos sentidos del término que no se analizan y que (Nietzsche afirmaría) son indefendibles. Así, muchos argumentos habituales tienen la forma: «Todos los humanos son iguales», en tanto que todos los seres humanos son capaces de raciocinio o todos son capaces de libre elección, y, por lo tanto, deben ser tratados como iguales (políticos y morales). Por ejemplo, debería solicitarse su opinión sobre los temas políticos y darle a esta el mismo peso que, las opiniones de todos los demás.

Nietzsche expone una serie de objeciones a esta línea de pensamiento, la primera de las cuales es, sencillamente, que no todos los humanos son en realidad (igualmente) capaces de raciocinio o de libre elección en ningún sentido interesante. Si por «raciocinio» o por «elección» uno se refiere a poderes humanos reales, observables, esto es, a características que se han adquirido mediante su cultivo y que se muestran realmente en el comportamiento humano, entonces es lo contrario de lo obvio que todos los humanos sean «iguales» en este sentido. Incluso si se enfatiza «capaz» en estas afirmaciones –todos los humanos son igualmente capaces de raciocinio o de libre elección– y suponiendo que se emplee «capaz» en un sentido empíricamente determinado, la aserción parece falsa. Así que la tentación es saltar desde nuestro sentido empírico normal de «capaz» hasta un sentido metafísico del término y construir así «capaz» como algún tipo de talento trascendente, pero esto equivaldría, afirma Nietzsche, simplemente a reemplazar la igualdad «real» por una forma especialmente decolorada de igualdad «adscrita» y, por lo tanto, a dar el tema por sentado. Además, incluso si este no fuera el caso, incluso si, contrariamente a los hechos, los humanos fueran todos iguales en sus poderes de raciocinio, no serían en absoluto evidentes las razones por las que esos poderes deberían desarrollarse y desplegarse, o por qué deberían ser reconocidos por los demás como una base para cualquier tipo de pretensión legítima. Si hay razones para ello, ¿cuáles son y por qué se explicitan con tan poca frecuencia? 

Nietzsche no discute el «igualitarismo real», la afirmación de que la gente (alguna gente en particular, gente identificable) sea realmente igual, en cierto sentido; esta afirmación es o bien verdadera o bien falsa, y no hay nada más que decir. Lo problemático es el «igualitarismo adscrito», y Nietzsche puntualiza otras dos cosas importantes sobre él. En primer lugar, recuerda la distinción entre una práctica o conjunto de prácticas ascéticas adoptadas contingentemente, como, por ejemplo, la abstinencia disciplinada de alcohol por parte de unos corredores antes de una carrera, y lo que él llama un «ideal» ascético. Los corredores se abstienen de tomar alcohol por razones perfectamente transparentes, condicionales e «instrumentales», en concreto, con el fin de correr más rápido la carrera. Si no creyeran que el consumo de alcohol reduce su eficacia, no se abstendrían de tomarlo. Por el contrario, el «ideal» ascético es la opinión de que es incondicionalmente bueno en toda circunstancia ser ascético, que la abnegación personal es un valor «en sí mismo». Característico de tales ideales es que habitualmente se citan razones externas en su defensa: cuando se dan «razones» suelen ser circulares, autorreferenciales, o excesivamente indeterminadas, la abnegación es un valor en sí mismo porque es «la mejor manera de vivir» o porque «Dios así lo quiere» o algo igualmente poco informativo. El igualitarismo adscrito es como el ideal ascético, distinto de las prácticas ascéticas «condicionales» que Nietzsche está dispuesto a aceptar, siempre que haya buenas razones instrumentales para ellas. Puesto que no se aportan razones no míticas discernibles acerca de por qué aquellos que son manifiestamente desiguales deberían ser tratados como si fueran iguales, tenemos aquí un serio problema de motivación. 

El segundo punto de Nietzsche es que ese igualitarismo ideal, adscribible o hipotético tiene en su interior un dinamismo inherente. No es meramente que la igualdad sea, por así decir, buena en sí misma. Es una parte inherente de esta configuración ideal y social que más y más grupos sociales sean «incluidos» entre la comunidad de Iguales y, adicionalmente, que se abarquen más y más aspectos de la vida humana. La simple igualdad formal ante la ley, que era suficiente para los hombres de la Revolución francesa, ya no basta: se necesita igualdad de propiedad también, como lo exigen los diversos movimientos políticos socialdemócratas del siglo xix y de principios del siglo xx; y no solamente eso, sino, también, potencialmente, igualdad de dotación genética, y más y más. Tal vez el rasgo más extraordinario de la dinámica del igualitarismo adscribible sea su habilidad para plantear exigencias hacia la desigualdad. Posee una especie de propiedad hegeliana de buen infinito mediante la que puede, en cierto sentido, asimilar a su opuesto. Por lo tanto, como todos «realmente» somos (o «deberíamos llegar a ser») iguales, debemos dedicar más recursos a los que de hecho son más débiles para o bien elevarlos hasta la igualdad o bien para, de algún modo, compensarlos por su fracaso o incapacidad para alcanzar ese nivel."



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