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domingo, 16 de agosto de 2020

La Unidad (Dani de la Torre, 2020)

Fiel a mi política de hacer seguimiento, en la medida de mis posibilidades, de todos los productos culturales que toman al "terrrorismo" por tema (véase, por ejemplo, recientemente aquí o aquí), he visto recientemente los seis capítulos de esta serie televisiva española, que -según dice su publicidad- pretende ofrecer una visión realista de la actividad de las unidades dedicadas a la investigación y prevención del terrorismo islamista radical dentro de la Comisaría General de Información de la Policía Nacional.

Lo que me he encontrado, no obstante, es un producto de una vulgaridad pasmosa, tanto en el plano estético como en el ideológico. De manera que solamente como entretenimiento muy básico y simple puede tomarse este producto audiovisual, a años luz de tratamientos mucho más complejos (bien que conflictivos) del tema en el ámbito televisivo, como los de -por ejemplo- 24 (2001-2007) o las primeras temporadas de Homeland (2011-).

En efecto, si comenzamos por la cuestión estética, lo que ofrece La Unidad es una sencilla historia de ticking bomb (amenaza inminente de un atentado terrorista masivo y sanguinario), que permite dotar de algún suspense a la trama (poco, porque, como era previsible, todo acaba bien, de la forma más simple que se pueda imaginar) y de rescate en el último minuto (tópico argumental tan viejo como el cine). Se sigue con muy moderado interés, sabiendo cómo va a terminar, porque la narración es incapaz de estructurar adecuadamente el relato de las vicisitudes de todos los personajes protagonistas, saltando de unos a otros sin demasiado criterio, y abandonándolos sin que sus perfiles y problemas cobren verdadero relieve (ni interés).

La cosa empeora, sin embargo, si pasamos del plano estético al ideológico. Pues, desde este punto de vista, La Unidad llama la atención por representar la actividad policial y terrorista con un simplismo y un maniqueísmo que, a estas alturas, resulta verdaderamente sonrojante: policías bondadosos, repletos de buenos sentimientos, constantemente preocupados por "proteger a los ciudadanos", dedicados plena y exclusivamente a su "misión", tan solo incomodados por la politiquería de sus superiores, por la incomprensión de quienes les rodean y por las trabas "burocráticas" (léase: legales y de respeto a los derechos fundamentales) que les impiden ser más eficaces; y terroristas malencarados, despiadados, machistas, maltratadores, fanáticos, incapaces de cualquier empatía... La política (de los conflictos de fondo que subyacen a su actividad), la pscología (los motivos que les llevan a actuar), la sociología (el medio social en el que los miembros de grupos armados son reclutados), por supuesto, ni están ni se las espera.

En fin, bazofia propagandística (sobre las bondades de la institución policial) de la peor estofa: tan zafia que hubiese avergonzado al mismo Goebbels (que no era precisamente partidario de las sutilezas en este aspecto). Habrá que esperar, pues, a otra ocasión, para comprobar si la televisión española es capaz de apartarse del discurso antiterrorista oficial (ese cuento infantil de terror, con príncipes buenos y monstruos aterradores, ambos predefinidos y sin matices) y otorgar un tratamiento artístico digno a un fenómeno social que, desde luego, lo está reclamando a gritos, dado su interés evidente y la complejidad que (pese a lo que piensen guionistas de tercera) lo caracteriza.




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