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viernes, 31 de enero de 2020

La hija de un ladrón (Belén Funes, 2019)


La hija de un ladrón se adscribe abiertamente al subgénero del melodrama social: personajes pertenecientes a las clases populares (aquí, a la parte más precaria de las mismas), situaciones marcadas por la pobreza y la desigualdad; pero, también, énfasis en las facetas emocionales de las situaciones y de los dilemas a los que se enfrentan los personajes (antes que, por ejemplo, en el análisis de las estructuras de poder que les han colocado en tal situación o ante dichos dilemas, o en la fenomenología concreta de la dominación)...

En tanto que melodrama social, una película como La hija de un ladrón resulta impecable, puesto que da (a l@s espectador@s prototípicos del cine independiente español: clases medias ilustradas) justamente aquello que promete: empatía "progresista" con "los más desfavorecidos", una aproximación que se pretende realista a los problemas de las clases populares y, sobre todo, mucha emoción, mucho humanismo, y poca política. Una muestra más, pues, de ese cine (¡tan inane!) de los buenos sentimientos al que tan adicta es una parte de la cinematografía española. También en el plano estilístico: evidentemente inspirada en la estética de las películas de los hermanos Dardenne, los planos (muchos de ellos cámara en mano) son compuestos y montados para transmitir esa impresión de urgencia y de realismo que, sin duda, ha de satisfacer adecuadamente la pulsión escópica de l@s destinatari@s de las imágenes. (Observar es, al fin y al cabo, también un acto de poder, un ejercicio de superioridad.)

Si, no obstante, se desea profundizar algo más en el trasfondo ideológico sobre el que este tipo de cine está construido, cabe preguntarse cuál es la razón por la que probablemente películas como La hija de un ladrón no solo sean aptas para representar las ansiedades sociales de cierta clase media ilustrada (que contempla, empática, sí, pero también condescendiente, a las personas más pobres que ell@s como objeto de observación y como potencial campo de intervenciones normalizadoras), sino también las ansiedades de sectores importantes de las clases populares más precarias, por ser "normales": vale decir, por asemejarse a (remedos aproximados y un tanto caricaturescos) de los valores morales y estéticos de la ideología de la "clase media".

Porque, en efecto, no es difícil percatarse de que, en una estructura social que (a pesar de todas las fracturas -de etnia, de clase, de género, etc.-, muchas de ellas agudizadas por la crisis socioeconómica y la gran desposesión de derechos y de igualdad acaecidas desde 2008) está tan integrada como la de la sociedad española, en la que la dominación social opera tan pacíficamente, con tanta suavidad y ligereza, la ideología de la normalidad atraviesa todas las clases sociales dominadas (e incluso contamina algo a parte de la clase dominante): pobres, puede, pero dignos (= normales), parecería ser la consigna. Dignidad y normalidad que, en buena medida, se hace depender, en la ideología que comento, de las condiciones familiares: una familia "normal y decente", parece seguir siendo el parámetro predominante de enjuiciamiento acerca de la condición social y moral de las personas y grupos. (En este sentido, la indudable evolución y apertura de las sociedad española en las últimas décadas respecto de los modelos de familia aceptables no ha sido sino una ampliación del concepto de "familia normal y decente", pero en ningún caso una negación del concepto y de su funcionalidad normalizadora.)

Tal es, precisamente, la lucha cuya épica narra esta película: la lucha de Sara (Greta Fernández) por construir, a partir de mimbres de precariedad, pobreza y desestructuración familiar, una familia "normal y decente". Una épica -parecería decirnos- que es de las pocas al alcance (y, por consiguiente, bajo la responsabilidad -no debería olvidarse nunca que toda atribución opera también como maniobra de culpabilización) de quienes nunca van a salir de la dominación a la que se encuentran sometid@s: un@ no puede elegir su posición en la estructura social, pero sí, se cuenta, el estilo con el que se somete a su dominio. Obedecer con estilo, tal parecería ser el lema...




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