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martes, 31 de diciembre de 2019

The Irishman (Martin Scorsese, 2019)


El/la espectador(a) de las varias películas que Martin Scorsese ha realizado sobre ambientes mafiosos (Mean streets -1973- y, sobre todo, Goodfellas -1990- y Casino -1995) ya conoce, a estas alturas, cuáles son los tópicos, tanto temáticos como formales, con los que puede encontrarse en estas películas, puesto que los mismos se vienen repitiendo -en mayor o menor medida- en todas ellas: predominio del montaje, capaz de hacer vivir al espectador (complementado por el empleo de la música extradiegética con este mismo fin) las emociones y sensaciones que experimentan los protagonismos, desestructuración temporal de la historia narrada, con constantes idas y venidas adelante y atrás en el tiempo, personajes desmesurados, que acaban cayendo, víctimas de su propia hybris, violencia seca, negación explícita (a diferencia, por ejemplo, de lo que hizo Francis Ford Coppola, en las tres partes de The Godfather) de cualquier forma de romantización de la experiencia mafiosa,...