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jueves, 20 de junio de 2019

The rider (Chloé Zhao, 2017)


Hace ya muchos años que Pierre Bourdieu nos explicó magistralmente cómo el gusto no es (en contra de lo que la estética idealista tiende a dar por supuesto) un criterio neutro de enjuiciamiento de conductas y de preferencias, sino que sin duda alguna se halla profundamente condicionado por la estructura de poder social (desigual). Y que, debido a ello, cumple -entre otras- evidentes funciones de estructuración social; esto es, de estratificación: individuos y grupos sociales "con buen gusto" y otras y otros que no lo tienen, que tienen "mal gusto" (hortera, camp, kitsch,...). Estratificación estética esta que, cómo no, se ajusta en muy buena medida asimismo a la misma estructura de poder social, de la que parte y que la condiciona.

Así, cuando una y otra vez en los medios de comunicación y en los discursos culturales (que, claro está, proceden siempre de productor@s de un cierta extracción social) oímos hablar, a veces con desprecio simple, otras con paternalista conmiseración y otras con la vetusta curiosidad etnocéntrica de un antropólogo victoriano, de los bárbaros que gustan de los toros, del fútbol, de la televisión basura, de la caza, el boxeo y de otras -así son presentadas- monstruosidades culturales, incluso cuando nosotr@s mism@s ejercemos esta forma de elitismo, deberíamos recordar siempre a quién le estamos haciendo el juego, a la oligarquía (que necesita de justificaciones ideológicas para proclamar su superioridad y su dominación), y a quién estamos despreciando, a los que son como nosotr@s, pueblo. Y no, no se trata de populismo facilón: hay que reivindicar, desde luego, la diversidad cultural siempre; mi derecho a disfrutar de William Faulkner o de Morton Feldman, y a preferirlos a -pongamos- Carlos Ruiz Zafón o a Chenoa. Mas diversidad no equivale (contra lo que l@s elitistas pretenden) jerarquización, ni poder ideológico, ni exclusión... Diversidad rima con apertura y con respeto por todas las personas y todos los grupos, con todas las sensibilidades. Con diálogo crítico y comunicación.

Todas estas reflexiones me han venido a la mente cuando estaba viendo el otro día The rider. Se trata, como es sabido, de una película que dramatiza hechos reales que les han ocurrido a buena parte de quienes intervienen como actores y actrices (actores, principalmente) en ella: la aspiración de triunfar en el mundo del rodeo (el equivalente norteamericano de nuestros toros), el duro ascenso, el riesgo, el triunfo, la popularidad, un accidente y la derrota final, obligados a abandonar aquello que se les presentaba como el escenario de su ascenso social; y con graves secuelas, físicas y psicológicas, además.

The rider se inicia, sin embargo, en el momento en el que la derrota -el accidente- ha tenido ya lugar, y solamente retorna a momentos anteriores a través de algunos breves flashbacks que representan recuerdos y nostalgias del personaje protagonista (que, no lo olvidemos, son también representación de la derrota, los recuerdos y las nostalgias del actor que lo encarna: Brady Jandreau). A causa de esta opción de guión, que se ve reforzada luego también por la retórica melodramática empleada para narrar audiovisualmente la historia (retórica melodramática, si se quiere, tópicamente indie... pero retórica, al fin y al cabo), la película adquiere el tono de una narración doliente, de una suerte de duelo lírico en torno a la sensación de pérdida. Personajes que siempre pertenecieron a la masa de los perdedores (esa white trash, tan aguda y frecuentemente retratada por el mejor cine norteamericano) y que han tenido que acabar renunciando a lo que constituyó su única ilusión, un ensueño de ascenso social, ahora desvanecido para siempre.

En tanto que espectador@s "ilustrad@s", cabe que nos revolvamos ante el recurso al melodrama como modo de movilizar nuestra identificación y nuestra empatía. Y, sin embargo, cómo no pensar que gentes tan derrotadas (ya desde un inicio) como aquellas que protagonizan (en el doble sentido: narrativo, pero también actoral) esta narración tienen derecho a intentar emplear todos los trucos, hasta aquellos que -en nuestro elitismo- nos resultan más "bajos", para hacernos llegar el drama de la predestinación a ser derrotad@s que siempre les acecha: una predestinación que, una y otra vez, se ve confirmada por los hechos, despiadados como lo son, como lo es la estructura social de la que se derivan. Sí, esa historia, de fracaso y de frustración, de cuerpos rotos y mentes agobiadas, tiene que ser contada, comunicada, a quienes -como seremos casi tod@s l@s espectador@s de este película- jamás nos hemos encontrado ante tamaña celada que el mundo a tant@s pone y en la que les hace caer.




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