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jueves, 30 de mayo de 2019

Jordi Casanovas: Jauría


En Jauría Jordi Casanovas vuelve a emplear la misma técnica que ya había utilizado en Ruz-Bárcenas (adaptada al cine en B -David Ilundain, 2015): parte de los interrogatorios, a los acusados y a la víctima, contenidos en el sumario que concluyó en el juicio por delito contra la libertad sexual el llamado "caso de La Manada" (Sentencia 38/2018, de 20 de marzo, de la Audiencia Provincial de Navarra), para, mediante un montaje de las declaraciones de un@s y otr@s, intentar presentar un caso y un problema reales, documentándolo, en el escenario, de un modo que resulte al mismo tiempo ilustrativo e impactante.

En el caso de Jauría, tanto el efecto documental como el impacto se logran, desde luego: exponiendo los testimonios de partes en una interacción humana que ha tenido contenido sexual y -en alguna medida, sujeta a discusión- violento y que cuentan sus experiencias, elaborándolas para dotarlas de algún sentido comprensible para el oyente (para el juez y, ahora, para el público), resulta difícil no lograr un espectáculo atrayente e interesante, que en algún momento pueda llegar a emocionar.

Y, sin embargo, la técnica empleada por el autor, que en este caso le lleva a contraponer las versiones (¡tan divergentes!) de los acusados y de la víctima, apenas nos permite aproximarnos con algún fundamento (más allá de la previas convicciones, o prejuicios, que cada uno cargue consigo al teatro) a aquello que ha dado más que hablar en torno al caso en el que la obra se inspira: la de la inocencia o culpabilidad de los acusados; y, en relación con ella, la de la mayor o menor gravedad (en atención a cómo de intenso se interpreta que resultó ser el tono intimidatorio) de su conducta abusiva para con la libertad sexual de la mujer protagonista.

En efecto, una obra que se apoye exclusivamente en los testimonios verbales de las partes del proceso penal, en una tipología de delito tan particular como lo es (no siempre, pero sí en muchas ocasiones) la de los delitos contra la libertad sexual, de manera inevitable acaba por presentar dos "verdades",: dos narraciones diferentes, que conllevan dos distintas interpretaciones acerca de lo acaecido en la interacción -siempre extremadamente personal e íntima- entre acusado y víctima. En este sentido, la ausencia de cualquier otro material probatorio (pruebas médicas, peritajes psicológicos, testimonios policiales, etc.) impide que la obra pueda aportar algo significativo a la discusión del caso de autos: cada un@ saldrá, tras ver la obra, tan convencid@ o más de cómo lo estaba antes de entrar en el teatro de que sus propias convicciones al respecto son las correctas; pero Jauría apenas le habrá proporcionado fundamento alguno (racional, quiero decir) para que dichas convicciones se vean reforzadas en algún sentido.

¿Por qué, entonces, sigue siendo interesante, pese a ello, ver Jauría y reflexionar sobre ella? Pienso que no, desde luego, por la contribución que la obra pueda hacer a la discusión acerca del caso concreto del que parte. Y ni siquiera porque ayude a discutir con algún conocimiento (que no aporta) acerca de cuestiones más generales acerca de los conceptos de abuso y agresión sexual o de ataque a la libertad sexual.

No, si de algo puede servir una obra como Jauría (más allá del solaz que en el morbo puedan hallar algun@s, o del pretexto que proporcione a otr@s para -sin mayor fundamento- verse reforzad@s en sus convicciones o prejuicios preexistentes) es para llamar la atención sobre lo que podríamos llamar el problema de la diversidad en las perspectivas (hegemónicas) según géneros acerca del encuentro sexual entre varones y mujeres. (Cuestión que sin duda alguna ha de afectar a la regulación de los delitos contra la libertad sexual, pero que en sí misma trasciende a esta cuestión.) Pues lo que llama poderosamente la atención escuchando, en la obra, los testimonios de los acusados (varones) y de la víctima (mujer) no es tanto que sean divergentes, y aun contradictorios: ello, al fin y al cabo, parecería normal, dado el derecho a no decir la verdad que asiste a todo acusado, especialmente cuando -como en este caso- se trata fundamentalmente de la palabra de unos contra la de la otra.

Sin embargo, lo que resulta particularmente destacable es el hecho de que, aunque los acusados hubieran dicho la verdad y toda la verdad, es decir, aunque la relación sexual entre ellos y la mujer que en el proceso figuró como víctima de la actuación de aquel grupo de varones no hubiese resultado ser ni violenta ni abusiva (algo que, como es sabido, el tribunal juzgador consideró increíble), los testimonios de los unos y de la otra en el proceso vendrían a poner de manifiesto en todo caso el abismo cultural existente, por razones de género, entre las formas que aquellos y ésta tienen de entender las relaciones afectivo-sexuales.

Así, lo que en todo momento los cinco miembros del grupo de varones describen -en el mejor de los casos, de manera sincera- como un encuentro sexual consentido fue vivido por la otra parte de la interacción, la mujer, como un proceso de acoso, en el que unos depredadores sexuales buscaban su propia satisfacción, sin importarles en absoluto los sentimientos de ella. De manera que en la obra queda patente que, aunque todo lo que los acusados dijeron fuese verdad (y, por consiguiente, no hubiese ataque alguno relevante contra la libertad sexual de la mujer), su conducta seguiría siendo notablemente desconsiderada, inmoral, para con su pareja: varones buscando sexo a toda costa, mujeres cuyas emociones no les importan, meros cuerpos, receptáculos... Una visión acerca de la realidad de la sexualidad tan empobrecedora como frecuente, según parece, en el imaginario desde el que actúan tantos varones.

Es, pues, esta constatación de la diversidad cultural que habita entre nosotr@s, por razón de género, en el imaginario hegemónico entre los varones, aquello que realmente cabe aprender y da que pensar, al contemplar Jauría. Porque, al cabo, desde un cierto punto de vista (el de los sentimientos de la víctima) poco importa si la conducta de los acusados fue o no delictiva. (Importa, sí, desde luego, desde otras perspectivas: para enviar un mensaje preventivo firme frente a las conductas sexuales machistas más intolerables, para marcar una línea entre lo meramente inmoral y lo directamente inaceptable.) Pues la víctima apenas podría consolarse si se llegase a la conclusión de que los acusados obraron de buena fe. ¿No resultaría aún más desconsolador conocer que hay varones, muchos varones, dispuestos a disfrutar del cuerpo de una mujer (en una relación que se supone que no es mercantil, sino gratuita) sin atender a los sentimientos de esta, y que lo hacen con la profunda "inocencia" que proporciona la buena conciencia de la ideología (machista) hegemónica?


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